Opinión | Tribuna
El mundo al revés
Dudo que el pasado verano haya habido un solo empresario hotelero o de la hostelería en general al que la falta de personal no le haya traído de cabeza. En cuanto se le pregunta a cualquiera por la temporada, nadie habla en primer término de si ha habido más o menos trabajo, o de si su facturación ha crecido o menguado, sino de la pesadilla que ha supuesto gestionar la escasez de recursos humanos que registra Ibiza en estos últimos tiempos.
Y no sólo se alude a lo complicado de sacar el 2024 adelante, sino a las lamentables previsiones que se barajan para el próximo año y los siguientes. Muchos coinciden en que dicha tendencia consiste en ir un poco a peor cada año, sin que, de momento, se atisbe algún rayo de esperanza para el futuro, porque no se está haciendo nada realmente contundente y útil para atajar el verdadero problema que nos ha arrastrado a esta situación: la carencia de vivienda a precios razonables.
En el transcurso de la temporada de 2024 la coyuntura relativa al personal fue tan dramática que algunos afamados restaurantes de playa, por ejemplo, tuvieron que adelantar el cierre de la cocina varias horas, eliminando el servicio de cenas, precisamente por su incapacidad para doblar turnos a consecuencia de la insuficiencia de las plantillas. Es algo que no había ocurrido jamás.
Otros restauradores llegaron agotados al cierre en otoño porque se vieron obligados a trabajar 18 horas al día para cubrir las necesidades de sus negocios, y algunos de ellos incluso tuvieron que reclutar a familiares, como, por ejemplo, los hijos universitarios en periodo de vacaciones porque no había otras soluciones.
Las nuevas generaciones de ibicencos no desean ser camareros, cocineros, recepcionistas, etcétera, y los profesionales foráneos rehúyen desplazarse a la isla a trabajar porque, al precio que está el techo, tendrían que vivir en unas condiciones infrahumanas o no les compensaría el traslado. Y mientras tanto, la generación de veteranos del oficio se va jubilando, sin que se produzca un reemplazo.
En estos últimos meses se ha debatido largamente sobre la necesidad de decrecer para evitar la sobresaturación, pero al final será el propio mercado el que imponga una reducción del peso de la industria turística porque no habrá suficientes profesionales. Y por el camino nos habremos dejado toneladas de credibilidad. Un ejemplo: hay empresarios que mantienen varios negocios abiertos durante la temporada y ya están estudiando la posibilidad de renunciar a algunos de ellos y concentrar en menos establecimientos la plantilla que aún mantienen, mejorando sus salarios para que no se marchen a la competencia.
Los insuficientes trabajadores que aún se aventuran a Ibiza son los que están dispuestos a compartir habitación, descansar en una cama caliente o incluso instalarse en una chabola en un descampado, con el objetivo de regresar a casa al término de la temporada con un mínimo de ahorros. En su inmensa mayoría se trata de personal sin cualificación, insuficientemente preparado para atender a una serie de clientes que desembolsan cantidades muy elevadas por los servicios y productos que consumen, y que esperan, a cambio, una atención del máximo nivel.
Ante este panorama, asistimos a las declaraciones de la presidenta de la Asociación de Construcción y Derivados de la Pimeef, Consuelo Antúnez, publicadas ayer por este periódico, donde calificaba como positivo el momento vivido por el sector en el último año y añadía que la mayor parte de lo que se construye son villas y chalets de lujo, cuyos promotores y propietarios son prácticamente los únicos que se pueden permitir erigir viviendas en la isla. Impera el alto standing y apenas se levantan edificios plurifamiliares a precios asequibles.
En una isla donde la clase trabajadora no tiene vivienda, se sigue construyendo a mansalva y nada es para ella. Obviamente, no se puede edificar toda la vivienda que falta en Ibiza porque la isla no se puede permitir seguir creciendo en hormigón. Al menos si lo que se pretende es combatir la sensación de saturación que se experimenta todos los veranos y conservar el paisaje. Pero que se siga construyendo únicamente para llenar de chalets las urbanizaciones de lujo no tiene ni pies ni cabeza.
En nuestro país impera el libre mercado, pero la política está para corregir los desequilibrios que éste genera. Por esa misma razón, los ciudadanos tenemos acceso a una enseñanza y una sanidad públicas. Habrá que limitar los precios, forzar que las casas vacías se alquilen y tomar las medidas excepcionales que sean necesarias para revertir una situación que empeora de manera exponencial. La sensación, sin embargo, es que sólo se aplican soluciones de maquillaje y nadie demuestra suficiente coraje como para intentarlo en serio. Es el mundo al revés.
@xescuprats
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