Opinión | Tribuna
Los cargos no son vuestros
Siempre había creído que un representante público lo es de todos los ciudadanos, le voten o no, y que ese político tendría que diluir sus preferencias personales en el cargo que ocupa, sobre todo en momentos o actos a los que no asistiría por voluntad o gusto propios.
Claro que, ingenua de mí, hace tiempo también pensaba que la mayoría de políticos trabajaban por el bien común y no por el de sus amigos o familiares; visto lo visto, me conformaría con que entre mangazo y mangazo nos echaran una mano en los problemas del día a día.
Total, que el ministro Urtasun ha declinado la invitación a asistir, como representante del gobierno de España, a la reinauguración de la basílica de Notre Dame en París. Debe de ser que Urtasun, como persona privada, es poco dado a las expresiones religiosas (cristianas al menos, que habría que ver si es invitado a la reapertura de una mezquita), si bien la cuestión no es tanto la religión como la civilización occidental, que parece ser que al ministro tampoco le parece bien; de hecho su partido de referencia lleva más de un siglo queriendo destruirla y, por el camino, se ha llevado por delante la vida de millones de personas.
Así, como ciudadano, Urtasun podría no asistir y hasta lo agradeceríamos. Pero resulta que a este señor le pagamos su no pequeño sueldo todos los españoles, creyentes o ateos, tontos o espabilados, para que nos represente como nación, no para que exprese sus fobias personales y sus frustraciones vitales no resueltas.
Ya D. Ernest enseñó la patita de su sectarismo cuando eliminó los premios nacionales de Tauromaquia y se negó a aplaudir a El Juli, último galardonado con esta distinción. Como un crío caprichoso, Urtasun elige lo que le gusta y desprecia lo que no, apropiándose del cargo y de las prebendas que lleva aparejadas para sus reivindicaciones podemitas.
Al fin y al cabo este sujeto es ministro de un gobierno cuyo presidente, en su discurso de investidura, señaló que tenía como prioridad establecer un muro de democracia y de tolerancia contra la derecha. Y ya sabemos que para Sánchez (y para la gran mayoría de sus votantes) todo lo que no sea sanchismo es fascismo o ultraderecha, con lo cual bastantes millones de españoles podríamos sentirnos al otro lado de ese “muro tolerante” por el solo hecho de no aplaudir con las orejas todos sus desmanes, propios, fraternales y/o conyugales.
España tenía que haber estado representada en Notre Dame: por cultura occidental, por afinidad cristiana, por vecindad, por apoyo al resurgir de un símbolo… pero una vez más, el sectarismo acomplejado de este Gobierno nos ha dejado en una esquina de la Historia porque a Ernest no le apetecía que suelo sagrado rozase la suela de sus indecentes y nada proletarios zapatos.
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