Opinión | Tribuna
¡Las mujeres, a la cocina!
Las formas importan. Sobre todo, si eres un personaje público. Más todavía si eres un representante de los ciudadanos, elegido en las urnas. Por eso es absolutamente inaceptable que un político le falte al respeto a una mujer nada menos que en el Congreso.
Pedro Fernández, diputado de Vox, increpó la semana pasada a María Velarde, una parlamentaria de Podemos, tras su intervención, soltándole un intolerable: «Tómate la pastilla». El portavoz de ERC, Gabriel Rufián, que se sienta muy próximo a ella, escuchó el improperio y no dudó en denunciarlo ante el resto de la cámara y afearle el gesto.
Su presidenta, Francina Armengol, recogió el guante y deploró de forma contundente un comportamiento que calificó de «machista» y, desde entonces, como ya es habitual en estos casos, las opiniones se dividen entre quienes le quitan importancia al asunto y los que consideran que hacen falta muchos más BastaYa, más allá del fútbol femenino.
«Están envalentonados», aseguró Rufián, cuando decidió dar un paso al frente y no dejar impune el desafortunado comentario. Y ese masculino plural aglutina un vergonzoso sector de la población, que ha decidido quitarse la careta de lo políticamente correcto y abrazar a ese abusón de toda la vida, que siempre llevó dentro, y que antes reprimía por miedo al qué dirán; pero que ahora no duda en sacar a pasear, porque sabe que cuenta con el aplauso y la aceptación de los de su casta.
Y es sintomático, y toda una luz roja para cualquiera con un poco de sentido común, porque implica un paso atrás importante en una sociedad en la que durante un tiempo se exigía o se valoraba en nuestros representantes públicos: un mínimo de educación, buena oratoria sin caer en el insulto y los exabruptos, así como saber comportarse. Algo está cambiando para que un sujeto se sienta libre de atacar verbalmente a una señora en un espacio como el Congreso de los Diputados, en el que supuestamente se encuentra entre personas serias, con cierta formación y tablas en lo que se refiere a mantener al menos las apariencias.
Ninguna mujer tendría que bregar con el tipo de insinuación que este impresentable decidió soltarle a Velarde en el Parlamento. A todos nos gustaría pensar que los tiempos en los que un hombre podía insultar a una compañera utilizando comentarios o adjetivos despectivos con la única excusa de su género, estaban más que superados y, sin embargo, parece que en los últimos tiempos «los amantes de la fruta» se empeñan en desandar lo andando y volver a las cavernas.
Que haya hombres como Rufián, o mujeres como María Jesús Moro, portavoz del PP que aquel día no dudó en condenar el comportamiento del deplorable Pedro Hernández, en lugar de callar y tragar por el mero hecho de ser de derechas, supone un triunfo y un ejemplo de que la educación y los avances del feminismo han cambiado profundamente nuestra sociedad.
Aunque, por desgracia, estemos también asistiendo a un «revival» del macho alfa, faltón y chulesco, con personajes como Donald Trump, como máximo representante, que han desempolvado y sacado de los armarios a un tipo machista y casposo, que se siente impune y orgulloso de ningunear e insultar a una mujer.
No en vano, la elección de este sujeto como presidente de los Estados Unidos, por segunda vez en la última década, ha reforzado y puesto en los altares un perfil de señor en el ámbito público que creíamos superado y enterrado.
Sin embargo, ha bastado el triunfo de alguien como él, a quien no le duelen prendas de tratar a las mujeres con desdén y/o condescendencia al más puro estilo años 50 o 60, para que muchos crean y se sientan refrendados a hacer lo propio.
Al fin y al cabo, si uno de los hombres más poderosos del mundo no se esconde a la hora de insultar a un oponente en televisión o en un acto multitudinario, por qué no va a hacerlo el tal Pedro Fernández, aunque en este caso fuera por lo bajini y en el parlamento español.
Estoy convencida de que él, como le pasó a Rubiales, todavía no entiende a cuento de qué se ha generado todo este revuelo por insinuarle a una diputada electa que es una histérica, cuando en realidad lo que le gustaría decirle es que las mujeres no deberían haber salido nunca de las cocinas. Y precisamente por eso hace falta recordarle a él, y a todos los demás, que para atrás, ni para coger carrerilla.
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