Opinión | El trasluz

¡Qué lío!

Me pareció advertir un fulgor especial en una moneda de dos euros que invertí (añadiendo cincuenta céntimos) en el Euromillón

Un hombre juega un boleto de Euromillones.

Un hombre juega un boleto de Euromillones. / EP

Hace un par de domingos volvía de hacer mi trabajo en la radio cuando me detuvo un hombre en una esquina.

-¿Se acuerda de mí?- preguntó.

-La verdad es que no- le dije.

-Eso es porque normalmente me ve sin afeitar y mal vestido. Desaseado, en fin.

A continuación, me explicó que era un indigente al que yo solía ayudar con una o dos monedas cuando pasaba por la esquina en la que solía colocarse para pedir.

-El domingo pasado -añadió-, me echó en el vaso de las limosnas un billete de cinco euros, ¿lo recuerda?

Lo recordaba porque, en efecto, ese día, al comprobar que no tenía suelto, decidí desprenderme del billete (no sin alguna duda, debo de añadir para ser sincero).

El caso es que el hombre había decidido invertirlos en lotería, de modo que compró dos apuestas del Euromillón, una de la cuales había resultado premiada.

-No me he hecho millonario -concluyó-, pero he ganado unos miles de euros que me han permitido adecentarme y alquilar una habitación. Hoy he vuelto a la esquina en la que pedía a la misma hora en la que usted solía pasar para ver si nos encontrábamos, pues quería agradecérselo invitándole a un café.

Me pareció descortés rechazar su ofrecimiento, así que nos metimos en un bar cercano donde el indigente expuso una teoría curiosa: según él, la suerte no estaba en el número de la lotería que adquirieras, sino en el dinero con el que la pagaras.

-Hay euros -dijo- que salen bendecidos de fábrica, de modo que se multiplicarán si los apuestas. Es lo que ocurrió con su billete de cinco. Llevaba usted un tesoro en la cartera sin saberlo.

-¿Y cómo se distinguen los euros mágicos de los normales? -pregunté.

- Eso es lo que tendríamos que averiguar para forrarnos.

Volví a casa un poco confundido y estuve observando detenidamente todo el dinero que llevaba en los bolsillos. Me pareció advertir un fulgor especial en una moneda de dos euros que invertí (añadiendo cincuenta céntimos) en el Euromillón. El caso es que me tocaron catorce euros, no sé si por casualidad o por magia. Vaya, que estoy hecho un lío. 

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