Opinión | Tribuna
Darwin, del ‘Beagle’ al Senado
Aunque parezca una paradoja, Charles Darwin llegó a la teoría de la evolución a través de Dios y la mismísima idea de la Creación, la que imperaba en tiempos de la reina Victoria. Tenía 22 años cuando se embarcó en la expedición del ‘Beagle’ (1831–1836), que pretendía terminar de cartografiar la costa suramericana y circunnavegar el globo para afinar la medición de su longitud. La travesía le permitió constatar la extraordinaria diversidad del mundo natural. Quedó desconcertado, tan ojiplático que su cerebro razonó más o menos de esta forma: si todas las criaturas fueron creadas por un Dios en extremo utilitarista, todas con un propósito concreto, ¿qué sentido tenía aquella superabundancia e incluso despilfarro que se evidenciaba por todas partes? Regresó a Inglaterra con la semilla de ‘El origen de las especies’ y su teoría de la selección natural. Recibió palos a diestro y siniestro. ¿Dice usted que descendemos del mono? Y por qué rama, ¿la materna o la paterna? Darwin tuvo que escuchar de todo en los grandes debates con la jerarquía eclesiástica, y llegaron a caricaturizarlo en la revista satírica Punch como un simio de brazos largos, parecido al que sale en la etiqueta de Anís del Mono.
Y hete aquí que, 165 años después del bombazo que revolucionó la biología, Jaime Mayor Oreja aboga por un rebobinado; o sea, por el barro, el soplo divino, la costilla de Adán y los siete días, una narración mucho más poética, eso sí. Sucedió el lunes en una sala del Senado, donde se reunió la Red Política por los Valores, una organización internacional muy beligerante contra el aborto, la eutanasia y la libertad sexual. Mayor Oreja, quien fue ministro del Interior con Aznar, aseguró que entre los científicos están triunfando aquellos que defienden «la verdad de la Creación frente al relato de la evolución». Además, la victoria les sonríe «a pesar de que la moda dominante siga rabiosa y enfadada con nosotros». Allá cada cual con sus creencias religiosas, con el fundamentalismo de sus preceptos cristianos, pero si hemos de meter también la teoría de la evolución en el saco de lo woke, apaga y vámonos. El acabose.
El otro día me reía de lo lindo con una escena de la novela Cáscara de nuez, de Ian McEwan, en que el narrador, un feto parlante y muy redicho, reflexiona sobre el carajal que le espera tras el alumbramiento, sobre todo en lo que respecta a las cuestiones identitarias: «Quizá sea la decadencia de Occidente con una nueva apariencia. O la exaltación y liberación del yo. El sitio web de un medio social muy conocido propone 71 opciones de género: neutrois, dos espíritus, bigénero… el color que usted quiera, señor Ford». Ah, el sentido del humor british, qué bien sienta para contemplar el mundo. Resulta hasta cierto punto comprensible que la batalla por la identidad entre derechas e izquierdas aturda un poco, pero no roba el sueño de la gente de a pie, aunque Mayor Oreja insista en que ellos, quienes luchan contra el «desorden social», están señalando «el corazón del debate del mundo occidental». Preocupa bastante más llegar a fin de mes. De brinco en brinco, como micos enloquecidos.
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