Opinión | Para empezar

Otra araucaria convertida en leña

Lo vi venir cuando empezaron a derrumbar la casa (ya cochambrosa) y a aplanar el terreno. Aquella araucaria de unos 20 metros de altura y que conservaba todas sus ramas tenía los días contados. Quienes habían ordenado limpiar aquel solar tenían claro que hasta el último metro cuadrado valía un potosí, por lo que ese árbol, por muy bonito que fuera, por mucha historia que tuviera detrás, estorbaba. Y así fue: a los pocos días quedó convertido en astillas. Me sentí Idefix en ‘La Residencia de los dioses’. «El indiano que regresaba a Ibiza con dinero, procuraba traerse también un plantel de araucaria, un centpisos o piser, que dicen en Ibiza, porque era una manera de demostrar que había triunfado allí donde emigró», me recuerda el historiador Felip Cirer cuando le consulto. Ya lo había oído hace muchos años, extrañado al ver tantos árboles como ese en las zonas rurales pese a que proceden de tierras muy muy lejanas. La araucaria forma parte de la historia de las Pitiusas, de aquellas oleadas de emigrantes que partieron, sobre todo, hacia Argentina y que al volver marcaron sus casas con ese símbolo. Una araucaria equivale a un largo viaje, a ser emprendedor en otro país, a pasar malos ratos en una tierra desconocida y, pese a todo, triunfar. Haberlas, haylas incluso en los alrededores de Vila, por ejemplo, cerca de la sede de Diario de Ibiza, que respetaron cuando allí edificaron. Y hay un par en Ignasi Wallis: cuando construyeron el actual edificio donde antes estuvo la clínica Alcántara, hicieron un hueco en las terrazas de las dos primeras plantas para que cupieran sus troncos; actualmente, ambas araucarias superan con creces las cinco plantas de ese inmueble. Ya he visto arrasar varias, como las dos que había a la entrada de Sant Josep o unas espectaculares que había en ses Figueres, estas últimas por la misma razón que la que acaban de arrancar en Can Bonet. Se tala la historia y la cultura de estas islas. Asistimos a su aplanamiento, a su laminación poco a poco, sin que se haga nada. Cuatro metros cuadrados valen más que toda la historia de aquel indiano que se la jugó para prosperar.

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