Opinión | Tribuna

Cuando en Ibiza se alcanzaban consensos

Escribo este artículo tras leer el suplemento dedicado a los 25 años de Ibiza Patrimonio de la Humanidad, publicado por Diario de Ibiza el pasado miércoles. Más allá del repaso que se hace a los bienes incluidos en la declaración –las murallas renacentistas, la necrópolis de Puig des Molins, el poblado fenicio de sa Caleta y las praderas de posidonia–, y a los beneficios que, sin duda, ha supuesto el sello de la Unesco para la conservación y promoción del patrimonio insular, resulta paradójico rememorar la capacidad de consenso que en su día tuvieron dos partidos políticos opuestos para hacerlo posible.

La declaración de la Unesco comenzó a trabajarla a mediados de la década de los 90 el equipo de Enrique Fajarnés, del Partido Popular, que fue alcalde durante un periodo de diez años. Las elecciones de junio de 1999 se tradujeron en un cambio de gobierno, al ganarlas el socialista Xico Tarrés. Cuando accedió a la alcaldía, un mes más tarde, quedaban tan sólo cinco para que se celebrara en Marrakech la reunión del Comité de la Unesco que acabó aprobando la declaración de Ibiza Patrimonio de la Humanidad

La actitud habitual de los ganadores, salvo contadas excepciones protagonizadas por políticos más inteligentes que la media, es descartar las iniciativas de sus predecesores, por acertadas que pudieran ser. Dicha forma de gobernar alimenta un círculo vicioso de proyectos comenzados por unos y descartados por los siguientes, que alimenta a un ejército de funcionarios, que se ven corriendo como ratones en una rueda que no conduce a ninguna parte. Y en cuanto a los perdedores, el hecho de avenirse a colaborar en pro del bien común con aquel que te ha desplazado del mando constituye una auténtica rareza.

En este caso, sin embargo, los equipos saliente y entrante se pusieron a trabajar codo con codo durante meses, logrando un objetivo que, efectivamente, ha acabado trasformando Ibiza. Basta con acordarnos de la situación en que se encontraba el recinto amurallado hace 25 años, el escaso interés que su historia despertaba incluso entre la población local o el desconocimiento generalizado que existía respecto a la posidonia y todos los beneficios medioambientales que ésta nos aporta.

Hoy, la posibilidad de una colaboración similar se antoja realmente imposible. Ibiza atraviesa la peor crisis social desde que se inició la industria turística, cuando la isla comenzó a dejar de ser una tierra empobrecida para convertirse en un destino próspero. Durante décadas, la calidad de vida de los ibicencos se situó entre las mejores del país y hoy, sin embargo, ocupamos el furgón de cola. La causa es el encarecimiento desaforado de la vivienda, a causa del segmento del lujo, que lo ha impregnado todo, más allá de lo que ya lo habría hecho el mercado global con su propia inercia (multiplicación de viviendas turísticas, irrupción de plataformas como Airbnb, etcétera).

Es evidente que los precios del alquiler y la compra-venta en el sector inmobiliario no sólo no pueden seguir creciendo, sino que tienen que decrecer para que la gente pueda acceder a un techo decente sin arruinarse. Sin embargo, las políticas de los distintos partidos sobre este asunto son discrepantes y la realidad es que no se está haciendo, ni por asomo, suficiente al respecto. El problema de la vivienda es urgente y no lo solucionarán planes a largo plazo de construcción de vivienda pública, que tardan años y únicamente contribuyen a llenar la isla con más hormigón. Las medidas tienen que ser más directas y rápidas, con el objetivo, por ejemplo, de que los hogares ibicencos en edificios plurifamiliares sean exclusivamente para los residentes. Con más inspecciones y sanciones tampoco se resolverá porque la inmensa mayoría de los propietarios sigue arriesgándose u opta por dejar sus viviendas vacías. El problema es tan grave y dramático que sólo a través del consenso y buscando soluciones duraderas, no supeditadas a los cambios políticos, se podrá aliviar el drama.

Existen otras muchas cuestiones que requieren consensos y que, por el momento, ni siquiera se están planteando. Se puede aludir, por ejemplo, a la gestión del agua y la implantación de restricciones efectivas que impidan su derroche. Algunas son tan evidentes y exentas de polémica política que resulta inaudito que los partidos no hayan hablado entre ellos y alcanzado un acuerdo. Y mientras tanto, se siguen dilapidando cantidades industriales de agua en jardines ingleses.

El consenso no es imprescindible para todas las áreas de la política y tampoco es aconsejable. Que los partidos defiendan su particular visión de lo público es necesario en el juego democrático. Sin embargo, en cuestiones tan trascendentes como las citadas, resulta incluso vergonzoso que los partidos no se hayan sentado a negociar. Hoy siguen alternándose los mismos partidos que en 1999, pero la distancia que los separa se ha agravado hasta tal extremo que ya parece insuperable.

@xescuprats

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