Opinión | Tribuna

El futuro incierto de una vieja ERC

Que a estas alturas siga siendo Oriol Junqueras el que reciba el 48% de los votos de la militancia, evidencia las dudas que existen en esta formación de saltar a otra pantalla

Sería el año 2010 cuando un histórico militante socialista, ahora con un cargo relevante, me confesaba que en sus recorridos institucionales por Catalunya ya no reconocía a votantes del PSC. Me decía que era como si la impronta socialista hubiera desaparecido de todo el territorio. Fueron años difíciles para ese partido. Los resultados electorales de entonces eran malos. No acompañaban en nada. Se trataba de una crisis metafísica provocada por otras cuestiones, diría que más cercanas al comportamiento sociológico. “Sin embargo, cada vez hay más gente que aparenta ser de Esquerra”, afirmaba en aquel 2010.

Las tornas han cambiado. Así ha sido siempre. El movimiento pendular de los partidos es habitual. Unas ideas penetran en la sociedad con facilidad y de pronto dejan de ser interesantes para convertirse en contraproducentes. En ese momento se encuentra Esquerra. Pero es que la sociedad catalana ya no es la de 2007, ni la de 2017, dos años donde el número de afiliados de ERC fue muy potente.

Los republicanos han perdido 1.500 militantes en el último lustro. Y no es la peor cifra. Si nos vamos a la época del tripartito, este partido llegó a perder casi 3.000 carnets. Casi nada. Sin embargo la crisis actual es más profunda. Se debaten entre mostrarse como un partido de gobierno o volver a los ritmos radicales, donde cualquier cosa era mejor que ser pragmático y perseguir estar en los puestos claves que cambian sociedades. Esa es la cuestión. Y esa contienda interna se produce sin lo más preocupante: no se vislumbra un cambio generacional. Que a estas alturas siga siendo Oriol Junqueras el que reciba el 48% de los votos de la militancia, evidencia las dudas que existen en esta formación de saltar a otra pantalla.

Con los resultados de la consulta sobre la mesa, una cosa queda clara: la opción que menos gusta a ERC es la candidatura de Foc Nou de Helena Solà, que digamos es la más radical en relación a los pactos logrados con los socialistas en Barcelona y en la Generalitat. Por ello, es evidente que debería ser la que menos se tuviera en cuenta, ya que ha quedado apartada y ni la recurrente búsqueda de nuevos apoyos debería ser excusa para acercarse a ella. Esa es una muestra del lío estratégico en el que vive el partido republicano.

ERC es una formación a la que no le han salpicado temas de corrupción importantes. Esa es una medalla merecida y que pueden llevar con orgullo, tal y como está la plaza pública, desmerecida con el extraño caso de los carteles dedicados a los Maragall. Una cuestión fea desde el punto de vista estético, pero también ético, aunque no vaya de dinero. Sin embargo, ese valor acumulado ahora no parece contar y, por un problema profundo de renovación y caras nuevas, deja al partido vacío de una proyección de futuro clara. Con Àngel Colom existió un proyecto, algo parecido a lo que ocurrió con Carod-Rovira y Puigcercós. Oriol Junqueras llevó a ERC a un espacio de levitación falseado por un imposible, pero les funcionó. ¿Ese es de nuevo el futuro? Muchas cerraduras por abrir y las llaves se extraviaron.

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