Opinión | Desde la marina
Con las cosas de comer no se juega
Si pagamos lo que nos piden, exijamos buen servicio y calidad
Aunque, como dice el refrán, “ojos que no ven, corazón que no siente”, hay ocasiones en las que el estómago sí se resiente. “Si los ciudadanos vieran lo que hay detrás de las cocinas...” era el inquietante comentario que su momento nos hacía en estas mismas páginas Margalida Buades, jefa del servicio de Seguridad Alimentaria en la conselleria de Salut. Y no se trataba, por supuesto, de crear desconfianza hacia una restauración que en nuestras islas tenemos en alza, pero sí una llamada a la exigencia que no ejercemos como clientes. Pagamos religiosamente lo que pedimos de una ‘carta’ que no se corta en los precios y, luego, cuando nos tragamos un sapo disimulamos por discreción, por no malbaratar el buen rollo de quienes nos sentamos a la mesa en una celebración, aniversario o reunión de amigos. Y aunque no siempre nos gusta lo que vemos, ni tampoco lo que degustamos, soso, picante, cargado de sal o con una presentación de rancho, hacemos como si estuviéramos en un ‘cinco estrellas’ y la manduca a pedir de boca. ¿Cuántas veces hemos presenciado en un restaurante la queja de un cliente? Y sin embargo, por las deficiencias que denuncia la conselleria de Salut, lo lógico sería que el personal echara mano con más frecuencia del libro de reclamaciones.
¿Cómo se explica que estemos tan contentos cuando las inspecciones hechas en 156 restaurantes, que han sido sólo el 7,2 % del total, nos descubren que el 97% de ellos han supuesto un riesgo para la salud? Si el año pasado se impusieron en Ibiza y Formentera 37 expedienes sancionadores, digo yo que será por ‘algo’. Tenemos buenos estómagos y excelentes tragaderas, pero no es eso. La situación es preocupante cuando nos dicen que sólo el 3% de los locales de las Pitiusas no presentan riesgos, pero sí deficiencias. Tremendo. Sobre todo, porque el problema mayor no suele estar en el plato, está en la trastienda, en la cocina, en lo que no vemos, en la poca higiene y en la incorrecta manipulación de los alimentos. Cada quien puede hacer de su capa un sayo, pero yo, a partir de ahora, buscaré restaurantes que tengan la cocina abierta al comedor, a la vista. No podré evitar que me den gato por liebre, pero sí constatar si las cosas se hacen, al menos en apariencia, como Dios manda. La conclusión sólo puede ser una, si pagamos lo que nos piden, exijamos buen servicio y calidad en lo que pedimos. Con las cosas de comer no se juega.
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