Opinión | Tribuna

La literatura es como el sexo

Arranco con una cita que va a comportar el 30% del artículo. Se lo agradezco al recién académico de la Lengua, Javier Cercas, al que a partir de ahora tendré que llamar Excelentísimo. «La literatura es antes que nada un placer, como el sexo, y por eso la expresión ‘lectura obligatoria’ es un oxímoron, y la expresión ‘lectura hedónica’, un pleonasmo. Pero, además de un placer, la lectura es una forma de conocimiento de uno mismo y de los demás, exactamente igual que el sexo: por eso, cuando alguien me dice que no le gusta leer, lo primero que se me ocurre es darle el pésame, acompañarle en el sentimiento, igual que me hubiera dicho que no le gusta el sexo. Aclarado esto, yo me pregunto: ¿existe algo más útil que el placer, o que el conocimiento (no digamos que el conocimiento placentero)? Más aún, me permito apelar a ustedes, señoras y señores académicos: díganme, desde la atalaya de su experiencia y su sabiduría, ¿hay algo mejor que el sexo? ¿Cómo es posible entonces que sigamos enrocados en la sandez palmaria de la inutilidad del arte?».

La cita forma parte del discurso del escritor pronunciando en la RAE en su digamos que toma de posesión de la silla ‘R’. Debo confesarles que presenciar cómo Cercas se dirigía a los ilustres de la lengua preguntándoles por su interés sexual fue muy fresco. Pero no iba de eso la intervención. Cercas situaba sobre el escenario varios malentendidos. Uno sobre la utilidad del arte y el otro sobre el compromiso de esa utilidad. ¿Escritores comprometidos? ¿Con quién?

La propuesta de inspirarse en cuatro malentendidos ya es de parte y provocadora. Tú malentiendes, ergo yo entiendo. Pero es que si algo ha caracterizado la obra del autor, la literaria y la periodística, aunque no se sienta como tal, es su punto de vista argumentado. Por ello, plantearse que el otro no entiende ofrece a sus lectores un interés, digamos también un morbo, muy interesante.

Conociendo algo a este escritor, que no da puntada sin hilo, sus malentendidos iban bien dirigidos a algunos de los protagonistas de la fauna literaria de este país. Sobre todo, hacia aquellos que consideran que la literatura debe comprometer para ser servible. ¿Pero cuál es el compromiso útil? Dice Cercas: «Es verdad que la utilidad de la literatura, o del arte en general, se asienta sobre una paradoja; esta radica en que la literatura es útil siempre y cuando no se proponga serlo».

Qué grande, compañero. Algo así como el periodismo. Su utilidad es la de informar. Después, quien quede satisfecho con un titular es cuestión del lector, no de la propia noticia, ni del periodista, por supuesto. De ahí lo del placer literario y de esa relación única entre escritor y lector, no entre novelista y público. «El público no existe», escribe Cercas, «lo único que existe son los lectores concretos, cada uno de los cuales es distinto».

La literatura que persigue cambiar algo es dudosa porque son los lectores los que transforman. Ellos, o él, no el escritor. También se puede ser un idiota. Como recordó Cercas buscando la etimología de la palabra. Aquel que «solo se ocupa de lo suyo y se desentiende de lo común». Y quedó dicho.

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