Opinión | Tribuna
Andenes sin lágrimas
El pasado verano murió Juan Jesús Calo a los 75 años. Fue el niño de la foto que hizo Manuel Ferrol el 27 de noviembre de 1957 en el puerto de A Coruña cuando su padre y él despedían a un familiar que embarcaba a Buenos Aires. La imagen se titula ‘O home e o neno’ y quintaesencia la emigración de mediados del siglo XX en las lágrimas de distinta edad que lloran cuando era fácil que la última imagen guardada de un ser querido tuviera de escenario la pasarela de embarque o la barandilla de la cubierta porque no se volvía o porque se regresaba muy cambiado, a saber con qué suerte.
Días después, en la estación de ferrocarril de Vigo, vi una despedida con lágrimas como una escena de otro tiempo, paradójicamente, en esta era de la representación emocional ciclotímica donde las alegrías son superlativas y las tristezas, ternísmas. «Montaña rusa emocional», dicen los que son más partidarios de la vida como parque temático que del equilibrio emotivo. No se llora en el andén como cuando los trenes eran lentos y humeaban porque viajar es motivo de alegría y sólo a veces se hace por desgracia, lo que invierte los polos del pasado. Los billetes de ida llevan implícita la vuelta, tienen un destino de diversión o de esperanza y los viajes son tan frecuentes que no se despide en las estaciones y han desaparecido los pañuelos de hilo para enjugar las lágrimas que se secaban agitándolos en la señal de adiós. En este lado de la valla, la casa no se opone al mundo; el mundo es la casa de los jóvenes. No espera tren la pareja en viaje de novios sino bus la pandilla de la despedida de soltera, metida en sus disfraces como iban los soldados dentro de sus uniformes. No ha cesado la emigración, pero vuelven los que se van, van los que se quedan y todos salen mejor pertrechados de dinero, idiomas y destrezas. Eso no debe hacernos olvidar la pertinacia económica española por la que la población marcha lejos de donde nace y siembra hijos en otro lugar.
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