Opinión | Tribuna
COP29: acción o colapso
En estos días, Azerbaiyán acoge la 29ª Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP29), un evento que reúne a líderes de todo el mundo con el propósito, al menos en teoría, de diseñar soluciones frente a la crisis climática. Sin embargo, la experiencia de las ediciones anteriores nos invita a recibir esta cumbre con escepticismo, pues nos tiene acostumbrados a que los compromisos se diluyan en declaraciones generales y acuerdos vacíos, mientras que las acciones emprendidas siguen sin estar a la altura de la emergencia planetaria.
Un ejemplo de esta ineficacia es la ausencia, una vez más, de un compromiso claro para abandonar los combustibles fósiles. Ni siquiera el borrador del acuerdo presentado plantea esta cuestión, a pesar de que debería haber sido el eje central de cualquier negociación desde ediciones anteriores. Es incomprensible que, tras la abrumadora evidencia científica, se evite enfrentarse al hecho de que los combustibles fósiles son el principal problema de la situación actual.
Este enfoque, tristemente, no solo refleja una grave falta de voluntad política, sino también una desconexión con los límites planetarios. De los nueve límites identificados por la comunidad científica como esenciales para garantizar la estabilidad del planeta, ya hemos superado seis, incluyendo la estabilidad climática, la biodiversidad y el uso del suelo. Ignorar la evidencia que la ciencia nos aporta equivale a continuar incrementando la presión sobre estos sistemas, que garantizan la estabilidad planetaria, y a abocarnos al colapso.
Una cuestión que es necesario plantear es que, para la ética ecológica, este comportamiento no es solo una cuestión de irresponsabilidad; es un problema moral. Las decisiones adoptadas o no adoptadas en cumbres como la COP29 no tienen el mismo efecto sobre todos los territorios. Existe una clara desproporción: determinadas sociedades, e incluso comunidades dentro de ellas, más vulnerables, pueden recibir impactos mucho más intensos, como sequías, inundaciones y pérdida de biodiversidad, a pesar de ser las menos responsables de la situación generada. Además, siendo este un asunto de gran importancia, hay un daño intergeneracional, pues se compromete el futuro de las generaciones venideras.
Pero, ¿qué deberíamos esperar de una cumbre realmente comprometida con la situación de crisis climática planetaria? En primer lugar, una resolución que, de forma vinculante, detalle claramente el abandono de los combustibles fósiles; un acuerdo que incorpore plazos y recursos necesarios para garantizar una transición ecológica hacia un modelo energético verde basado en energías renovables. En segundo lugar, la implementación de mecanismos restaurativos dirigidos a los países causantes de esta situación, de manera que asuman su responsabilidad para con la humanidad. Con ello, se busca que dichos países financien las medidas de adaptación y mitigación en los países más pobres. Por último, es imprescindible implantar una cultura del decrecimiento: un cambio de paradigma que priorice la sostenibilidad, la equidad y el respeto por los límites del planeta.
Hasta que estas medidas no se adopten en este tipo de cumbres, las conferencias climáticas carecerán de sentido, ya que solo sirven de escaparate. El planeta azul está siendo presionado a tal nivel que el equilibrio que garantiza el espacio operativo seguro para la humanidad corre peligro de alcanzar puntos de no retorno. Ante esta panorámica, nuestra especie tiene una responsabilidad clara y un papel clave. Debemos demandar a los gobernantes medidas e instrumentos efectivos, decisiones que puedan cambiar el ritmo de presión antrópica. Pero, para ello, la sociedad también debe adaptarse: modificar nuestros hábitos y actitudes, e impregnarse de valores éticos que garanticen la justicia ecológica y el respeto a la evidencia científica.
Con todo lo anterior, debemos dejar claro que este tipo de cumbres no pueden seguir siendo un escenario de inacción. En esta conferencia celebrada en Azerbaiyán, los líderes tienen una nueva oportunidad —quizá no haya muchas más— para demostrar que han escuchado a la comunidad científica y que se ponen manos a la obra para mitigar el daño infligido al planeta.
Esteban Morelle-Hungría es profesor e investigador en la Universitat Jaume I y representante de la Comisión Mundial de Derecho Ambiental en el Comité Español de la IUCN.
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