Opinión | Tribuna
Ciudadanos repudiando a políticos
He de reconocer que las escenas de vecinos valencianos recibiendo con una lluvia de barro a los Reyes, al presidente del Gobierno y al presidente de la Comunitat Valenciana me conmovieron profundamente. En la política de hoy, el debate intelectual ha dado paso a una suerte de Chiringuito de Jugones, donde los ataques personales, las medias verdades o directamente las mentiras están a la orden del día, provocando el hastío absoluto de la sociedad hacia quienes nos gobiernan.
A este sentimiento, que es generalizado, se sumó, sobre todo, la incompetencia en la gestión previa y durante el desastre, con un dramático coste en vidas humanas, así como la nula visión estratégica de quien decidió llevarse a las autoridades a hacerse la foto a la zona cero, paralizando los trabajos de limpieza cuando los afectados aún tenían las casas llenas de barro y no encontraban a sus muertos. Sin embargo, pese a todas estas razones de peso, no esperaba una reacción así de furibunda.
Hasta ahora, la repulsión al político parecía no haber traspasado la capa de la política local, habitualmente más pausada y práctica, salvo en esas contadas ocasiones en que las astracanadas superan los límites de lo tolerable, como ocurrió, por ejemplo, con la famosa crisis de los WhatsApp de 2014, cuando la alcaldesa de Ibiza, Pilar Marí, tuvo que acabar dimitiendo. Al menos, en la isla dimite alguien. En relación a la tragedia de Valencia aún seguimos esperando, toda vez que la actuación de los gestores de la emergencia, o más bien la falta de ella, no pudo ser más incompetente. Con una alerta adecuada, donde no se hubiesen minimizado los riesgos, no se habrían podido proteger las casas y los coches, pero sí a muchas personas.
Salvando las distancias, el pasado jueves, cuando alrededor de 300 personas se congregaron en la Plaça de la Constitució de Sant Francesc Xavier, en Formentera, para protestar por la inutilidad de los políticos que conforman el Consell, dedicándoles una sonora pitada y sacándoles simbólicas tarjetas rojas, fue como arrojarles fango a la cara. La manifestación, como mínimo, debería haberles forzado a dimitir en bloque y que corrieran los nombres de las listas electorales, a ver si los siguientes lograban hacerlo mejor. Lo de Formentera no ha costado vidas, pero imaginemos la coordinación que allí se habría producido ante una catástrofe, con un Consell completamente paralizado como el actual.
La soberbia inaudita de los políticos de Formentera incluso los llevó a sumarse a la convocatoria de protesta los días previos, como si la cosa no fuera con ellos. La repulsa ciudadana, que surgió apolíticamente desde las asociaciones de vecinos y a la que se acabó sumando el tejido empresarial, hotelero, cultural, educativo, deportivo, etcétera, iba dirigida a todos y cada uno de ellos; a todos los partidos. La gente de Formentera está harta de su incompetencia e incapacidad para normalizar la situación. En las primeras semanas y meses, el rechazo social se dirigía hacia el presidente Córdoba y sus socios de gobierno, convertidos en acérrimos enemigos. Hoy, sin embargo, se dirige a todos casi por igual, incluidos los miembros de la oposición, que principalmente se han dedicado a mirar el desastre desde la barrera, sin aportar nada útil.
“Hablad, dialogad, llegad a un acuerdo, formad un gobierno, gobernad”, les dijo el exalcalde Isidor Torres. “Estamos hartos de lo mal que lo hacen. La vida está paralizada mientras discuten entre ellos. Han defraudado al pueblo y son muy mal ejemplo”, declaró una portavoz vecinal. Menos mal que ninguno de los políticos del Consell acudió finalmente al acto porque, de haber habido barro en el suelo de la plaza, también les habría llovido. Tal vez se dieran finalmente por aludidos. Ya era hora. Ahora sólo falta que se metan en una estancia a negociar y no salgan de ella hasta haber encontrado el remedio, como los cardenales en los cónclaves papales. Es lo mínimo que le deben a una ciudadanía que ahora mismo les repudia, tal y como quedó demostrado la semana pasada.
Idéntico desapego, incluso peor, tienen que sentir los damnificados de los apartamentos Don Pepe. Además de encerrarse en sus casas precintadas dos de ellas, otros afectados acudieron al Parlament balear a pedir que se aceleren las cosas porque siguen pendientes de una reunión de la comisión de seguimiento de su caso, para ver si les autorizan por fin a arreglar el edificio. El conseller de Vivienda, hace ya una semana, les respondió que dicho encuentro se produciría antes de Navidad. ¿Cómo es posible que no lo convocara de urgencia para la semana siguiente?
Con la crispación que existe y el rechazo social hacia la política, especular con la paciencia del ciudadano viene a ser como jugar con fuego. Hace mucho que se traspasaron los límites y nuestros gobernantes siguen sin darse cuenta.
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