Regolito y frontera

Hay palabras a las que no les pega nada el significado. Por ejemplo, «regolito». Desde que he descubierto esa palabra solo deseo ver un bebé, con su dignidad de Buda, con la inocencia en sus encías, con sus manitas miniatura y su rubor esforzado al hacer «popó» para decirle: ¡regolito! En realidad, «regolito» es la capa de materiales no consolidados, alterados, como fragmentos de roca y granos minerales, que descansa sobre roca sólida inalterada. Nunca llamaría a eso regolito a pesar de ese «lito» (piedra) porque la palabra suena más carnal que mineral.

Como hay palabras cuyo significado no les pega nada hay personas a las que no les coincide el aspecto con la manera de ser. Es muy injusto, aunque hay quienes sostienen que, a partir de una edad, cada uno tiene la cara que merece. En sentido contrario hay personas que se acomodan a lo que la sociedad espera de su aspecto. Un portero de discoteca tiene que parecerlo para disuadir. El ejemplo extremo es el de los sosias que acaban ganándose la vida por parecerse a alguien, lo que determina mucho. Los dobles de Franco, por ejemplo, lo eran en situaciones en las que podían recibir un disparo, lo que les dejaba una vida peor que la de los dobles de Brad Pitt, valga la odiosa comparación.

Busque el retrato de Tom Homan, a quien Donald Trump acaba de conceder la supervisión de la política de inmigración y la seguridad fronteriza de Estados Unidos para cuando aplique deportaciones masivas. Cuando dirigió en funciones el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos aplicó su idea de separar a los niños de sus padres para «desincentivar» que las familias sin papeles cruzaran la frontera. Tom Homan parece seleccionado genéticamente para ser «zar de la frontera» por lo que coinciden su aspecto duro y la política que practica. Cuando mira los bebés de inmigrantes (¡regolitos!) ve polvo centroamericano, regolito, esa palabra cuyo significante no pega con su significado. n

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