Opinión | Tribuna

Disfraces

Si eres malo, no hay mejor sitio para esconderse que las malezas. Y es difícil imaginar unas más impenetrables y tupidas que la clase política de esta España nuestra. Hay quien insiste en asegurar que el poder corrompe, pero yo cada vez estoy más convencida de que a menudo sucede lo contrario, que convertirse en mandatario electo es la coartada perfecta para cierto tipo de individuos/as, que encuentran así el caldo de cultivo más propicio para dar rienda suelta a sus más bajos instintos, protegidos por sus cargos públicos.

El último ejemplo: Iñigo Errejón, portavoz en el Congreso de Sumar y paladín del solo sí es sí, dimitió la semana pasada azuzado por la sombra alargada de unos supuestos comportamientos sexuales vejatorios. Hasta que el asunto se convirtió en oficial, tras la denuncia que puso contra él la actriz y presentadora Elisa Mouliaá, por un episodio de violencia sexual ocurrido en 2021.

Aunque la voz de alarma no fue la suya, ni la de los compañeros de partido del diputado, ni la de sus colegas en el hemiciclo, pese a que, según parece, existía desde hacía tiempo un runrún en los pasillos de la institución y también en los mentideros políticos, de que el chaval tenía cierta fama de vida desordenada. Fue la periodista Cristina Fallarás, la que a través de su perfil personal de Instagram se hizo eco del primer testimonio anónimo de una mujer sobre su impresentable conducta. E irónicamente la red social decidió el pasado fin de semana cerrar su perfil tras lo sucedido.

Si no fuera para llorar, sería para reírse. Una carcajada triste y desencantada de unos ciudadanos, que no somos tan ingenuos como para creer en la coherencia absoluta de los cabeza de lista de los partidos que nos gobiernan, pero que, sin duda, no podemos tolerar, o no deberíamos, que sus comportamientos colisionen de forma disparatada y vergonzosa con sus discursos e incluso sus leyes.

«He llegado al límite de la contradicción entre el personaje y la persona», decía el político y politólogo de 40 años en el texto donde anunciaba su dimisión, después de que sus compañeros de partido le preguntasen e inquiriesen sobre las acusaciones y de que él mismo reconociese que eran ciertas.

Desde Sumar han entonado el mea culpa y han aceptado que «han fallado los mecanismos de detección y de prevención» en este caso. Aunque ahora se diga que en Más Madrid ya conocían alguna de las fechorías del sujeto, e incluso hay quien asegura que la diputada , Loreto Arenillas, se habría encargado de silenciar otra supuesta acusación anónima, realizada también en redes sociales.

No cuela eso del desconocimiento en este caso, pese a que suceda a menudo. Agresores disfrazados de figuras de autoridad o protectoras, lobos con piel de cordero. Políticos, curas, profesores, maridos o hasta padres. Y lo más deleznable es que cuando el engaño queda en evidencia y aparece la sombra de la sospecha, hay muchos que prefieren mirar hacia otro lado que apuntar con el dedo, por duda o por cultura, que es mucho peor.

La heroica y admirable Gisèle Pelicot ha viralizado el lema: «La vergüenza debe cambiar de bando» y a todos nos gustaría que así fuera, pero en realidad, cada vez que un escándalo como el de Errejón ve la luz queda más claro que el machismo sigue ahí fuera, disimulado y/o descafeinado muchas veces, pero con unas raíces tan profundas que requiere «unánimes y contundentes respuestas», como dijo Serrat en su brillante discurso de aceptación del Premio Princesa de Asturias.

Ahora que se acerca el globalizado Halloween y que la gente sale disfrazada de monstruos a la calle, todos deberíamos tener presente que hay muchas maneras de enmascarar nuestra apariencia, nuestros principios y nuestros instintos. Y da miedo pensar que para los depredadores la mejor forma de pasar desapercibido es convertirse en abanderado y portavoz de todo lo contrario a lo que es su verdadera naturaleza.

La de Errejón era la coartada perfecta para desacreditar a las víctimas y disipar los rumores: ser un político de izquierdas, más aún, de un partido que ha hecho más por el feminismo en los últimos años que lo logrado por las formaciones más tradicionales en lo que llevamos de historia de la democracia en España. Que se le haya desenmascarado y arrojado a los pies de los caballos es un indicativo de lo que hemos avanzado, pero que lo hayan hecho porque no les quedaba otra, es señal de que aún hay mucho por hacer.

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