Opinión | Tribuna

Ayuso y Sánchez

Ayuso tiene infinitos odiadores y no menos admiradores. Entre los primeros, indeseables como Maduro o lenguaraces como Sánchez, que justito antes de la invitación envenenada, prevaliéndose de su cargo en Bruselas, exigió su dimisión pues podría haberse lucrado con las actividades del novio delincuente. Entre los admiradores, los que, sin considerar lenguaraz también a Ayuso, que no suele precisamente moderar su lengua, la tienen por la superwoman ayuna de complejos que necesita la derecha.

Ahora la presidenta le hace una cobra institucional al presidente y desata un coro coordinado de reproches socialistas y desconcierto entre los suyos. Los que la critican con crueldad excesiva, empero, sabían perfectamente que no iba a ir y fantasean con que esta dejación de funciones le pase factura, como si a los millones de ayusers no les encantara de modo acrítico que siga siendo el azote de un hombre cuyo sistema nervioso tiene facilidad para alterar.

A una, objetivamente, todo este ruido le da repelús y desearía que hubiese sido posible mayor cortesía y menor populismo. La obsesiva persecución personal a Ayuso y a su familia desemboca en este plantón, nuevo pero no último capítulo de un choque feroz porque la estrategia de ambos parece basarse en el enfrentamiento, mas reconociendo el estilo agresivo de la mandataria, le huele mucho a podrido que quien se tomó cinco días de reflexión por amor, amagando con abandonar el partido y el país a su suerte y después retiró a su embajadora de Argentina solo por despecho personal contra Milei, considere ahora este feo una falta de respeto imperdonable a su persona a la que ama, si cabe, más que a Begoña.

Desde una mirada más subjetiva, reconoce que le divierte el modo en que ella le encalabrina a él, porque no se fía en absoluto de quien tiene opiniones resbaladizas y utiliza los resortes del Estado a su antojo. Ayuso se ahorra una visita que equipara al beso de Judas. Y el presidente, que con los últimos reveses judiciales está muy enfadado, pone el foco en su enemiga para despistar. Otra vez.

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