Opinión | Una ibicenca fuera de Ibiza

Vivir es más que un verbo

De entre el amasijo de películas que nos tientan por doquier hay muchas a las que necesito volver a darle al play durante un rato antes de recordar que sí, que ya la he visto. Pero otras, las menos, están elevadas a la categoría de historias que no se olvidan. Y hasta que conviene rever de tanto en tanto. A este Olimpo pertenece, entre otras pequeñas joyas, ‘Mi vida sin mí’ (Isabel Coixet, 2003). Trata de Anne, una jovencísima madre que trabaja como limpiadora nocturna a la que un mal pronóstico médico lleva a precipitar toda una vida pospuesta y, sin decir una palabra a nadie, planificar lo que será para su familia una vida sin ella, pero también para ella, lo que le quede de tiempo de descuento: vivir.

Decir a sus hijas que las quiere, grabarles cintas de casette con las que acompañarlas en los cambios y las dudas que irán surgiendo —porque la vida es incertidumbre—, ir de pícnic, visitar a su padre en la cárcel, hacer el amor con otros hombres para saber cómo es. Y el ganador de este amor ulterior va y resulta Mark Ruffalo, ni más ni menos, al que cualquiera en su sano juicio, sin importar en qué etapa de la vida se encuentre, le regalaría tiempo.

Quiso la casualidad que la película coincidiera con que otro pronóstico dejó mi mundo patas arriba hasta el punto que, sin un marido o un Ruffalo de por medio, también traté de dejar rodando el engranaje de una vida sin mí. Y aunque como ven, la vida siguió, todos juntos, cada tanto, repaso y actualizo las burocracias de los ‘por si acaso’. Mis correos a mis hijos antes de emprender un largo viaje siempre empiezan con un “No voy a morirme pero”, y tras los adjuntos e instrucciones siempre terminan “Os quiero”.

Y ellos me responden con barbaridades que demuestran de una manera irrefutable que cuidan más de mí de lo que yo jamás haya sabido cuidarlos. Por ejemplo ahora, que me acaban de hacer el que probablemente sea el mejor regalo de cumpleaños del mundo. Juzguen ustedes mismos: me han hecho un disco de vinilo. La portada es una foto de ellos que tomé una Navidad hace un millón de años, aproximadamente en aquella época en que hice testamento. El nombre de la banda es precisamente ‘Los desheredados’ y el disco lo componen éxitos de la banda sonora de aquella infancia, preciosa, de las canciones de Los Panchos que les cantaba para dormir, solo que ahora me las cantan ellos. ¡En vinilo!

Y no, no voy a morirme en absoluto, qué va. No ahora. Pero la vida es muchas cosas y la que más, imprevisible. Sabemos cuándo empieza pero no cuándo se acaba así que dejar para mañana es temerario y entre el ruido del día a día no hay nada más urgente que discernir entre lo urgente, lo importante. Sin eso vivir no es más que un verbo. Y que hay que pasar de los verbos a los hechos lo dicta hasta el diccionario: ‘Vivir’, antes que “durar con vida” es “tener vida”. ‘Vida’ es la “fuerza o actividad interna sustancial, mediante la que obra el ser que la posee. ‘Sustancial’ es “perteneciente o relativo a la sustancia” y en cuanto a la susodicha, salto las obvias para ir directa a la acepción buena: “Aquello que permanece en algo que cambia”.

Tras el spoiler de la película les traigo otro, a modo de ejemplo. Un viejo anuncio televisivo de MasterFoods, una empresa australiana que tras la apariencia de un estudio invita a parejas a responder a la pregunta: “Si pudieras cenar con una persona, viva o muerta, ¿a quién elegirías?”. Las parejas, entre dudas, codazos y risitas responden que a Kylie Minogue, Marilyn Monroe, Kim Kardashian, Jimmi Hendrix o Justin Bieber. “¡Justin Bieber!” —Le responde él a ella— “¡Ese no pisa mi casa!”. Una mujer se lo curra un poco más y responde: “Con alguna persona que haya hecho un cambio en el mundo. Tal vez Nelson Mandela”.

A continuación, en la segunda parte del experimento, se sientan a descubrir qué han contestado a la misma pregunta sus hijos: “Si pudieras cenar con una persona, viva o muerta, ¿a quién elegirías?”. «Probablemente a nuestra familia entera, tíos, primos, abuelos», responde la primera niña. «¿Tiene que ser alguien famoso? ¿Puede ser mi familia?», contestan un par de hermanos. “Mamá y papá”, “mamá y papá”. “Mamá y papá” es la respuesta más repetida.

Por eso, ¡que me perdone Ruffalo! Pero también yo lo tengo clarísimo. Más ahora, con las vidas sanas y salvas pero desparramadas. No hay otro plan que iguale cenar todos juntos, hacernos fotos indignas... cantar a Los Panchos a gritos.

La lista de Anne:

“Cosas que hacer antes de morir:

• Decir a mis hijas que las quiero varias veces al día

• Buscar a Don una buena chica que les guste a las niñas

• Grabar a mis hijas mensajes de cumpleaños hasta que cumplan 18

• It todos juntos a Whalebeach y hacer un buen pícnic

• Fumar y beber todo lo que quiera

•Decir lo que pienso

•Hacer el amor con otros hombres para ver cómo es

•Hacer que alguien se enamore de mí

•Ir a ver a papá a la cárcel

•Ponerme uñas postizas (y hacer algo con mi pelo)”.

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