Opinión | Tribuna
Reventar la fiesta
Da igual cuál sea la motivación de los jóvenes violentos, puede ser una mezcla de todas ellas o ninguna en particular
El equilibrio entre crear alarma y relatar unos hechos es tan fino que en ocasiones llega a confundirse. Los periodistas explicamos a la ciudadanía todo aquello que acontece y es noticiable. Que una orquesta toque un repertorio con los éxitos del verano en la fiesta mayor no es noticia, que un grupúsculo de jóvenes tenga como ‘hobby’ buscar bronca y pelea en esa misma fiesta mayor, sí lo es. Lo es y está pasando.
Son minoría y, en contraposición, son muchas las poblaciones catalanas que han celebrado sus fiestas sin incidentes, pero no con tranquilidad. Es difícil abandonarte al disfrute, la ligereza y la despreocupación que conlleva el verano y la fiesta mayor cuando sabes que hay quien disfruta reventando la fiesta.
La inseguridad es la combinación del riesgo real y el riesgo percibido y los ayuntamientos han encontrado en la contratación de seguridad privada la forma de amortiguar ambas.
Reventar la fiesta como símbolo de poder, como vehiculación de la rabia contenida o como sublimación del narcisismo 5.0. Da igual cuál sea la motivación de los jóvenes violentos, puede ser una mezcla de todas ellas o ninguna en particular. También esto último conforma su particular realidad: muestran actitudes violentas si ni siquiera saber por qué. Sin causa, sin ganas, porque sí o ¿por qué no?
La violencia no solo no penaliza socialmente -para un joven no hay más sociedad que la de su tribu, su grupo de iguales- sino que da galones. Los populares no son los que evitan la bronca sino los que la provocan.
Provocar una pelea en 2024 es sinónimo de mostrarla. De nada sirve batirte el cobre si no lo ven miles de personas. Ellos no se pelean, producen una pelea. Esa es la gran diferencia.
Y nosotros, consumidores pasivos y compulsivos de contenido, les damos visualizaciones. Somos su público necesario. Gasolina para su ego. Notoriedad efímera.
Fallan las políticas públicas. Falla la pedagogía en torno a la cultura de la paz. Falla nuestro ‘voyeurismo’ digital desaforado.
Y fallan los violentos, por supuesto.
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