Un amigo va este mes a una boda en la que en la invitación le recomiendan que sólo traiga a su «niño interior», una manera muy elegante de decir que los menores no son bienvenidos. Me cuenta mi amiga que su novio da mil vueltas antes de poner la toalla en la arena para que no haya menores muy cerca que lo molesten. Luego, en mi vuelo de ida a Málaga durante mis vacaciones con mi hijo de dos años veo como una chica huye despavorida de su asiento del avión al ver nuestra llegada... Inhalo y exhalo y no doy crédito a tanta animadversión hacia los niños. Pienso en esos adultos de hoy reprimidos en su infancia a no poder actuar como lo que eran si no como lo que a los mayores les venía bien. Sin embargo, cuando paseo con mi hijo por la calle con su casco y su moto de plástico hueca veo cómo va despertando sonrisas y me reconcilio con una sociedad aparentemente tan poco comprensiva y empática con los niños. Pocos sonidos son más bellos que sus risas, perdón si a veces también gritan. Aún están aprendiendo a gestionar sus emociones, algo que algunos adultos aún tampoco hemos aprendido.
