El escritor estadounidense Peter Lamborn Wilson, que en ocasiones utilizaba el seudónimo Hakim Bey y se describía a sí mismo como un anarquista ontológico, adquirió cierta fama en la década de los noventa por publicar varias obras que recogían las denominadas «utopías piratas». Wilson puso la atención sobre estos lugares porque eran territorios fuera del alcance de reinos y gobiernos, donde se satisfacían las necesidades de corsarios y filibusteros, y que funcionaban como sociedades protoanarquistas, sin sistemas de gobierno, guiándose únicamente por la libertad. A cambio, eso sí, podían rebanarte impunemente el pescuezo si a alguien le rechinaba tu sonrisa.
Estos enclaves tuvieron su auge en la denominada edad de oro de la piratería, entre los siglos XVII y XVIII, aunque algunos son mucho más recientes. Entre ellos figuran Isla de la Tortuga (Haití), Port Royal (Jamaica), Tórtola (Islas Vírgenes), Bahía de Barataria (Lousiana), Libertalia (Madagascar), Eyl (Somalia), Joló (Filipinas), Borneo (sudeste asiático) o la ciudad amurallada de Kowloon (Hong Kong). Lamentablemente, Wilson falleció el año pasado y no hay constancia de que visitara Ibiza, porque, de haberlo hecho, sin duda le habría reservado un lugar destacado entre sus volúmenes de utopías piratas.
Nuestra tierra prometida, además, tiene una particularidad que la hace única: en ella las formas protoanárquicas que describe el autor sí conviven con unas estructuras de poder establecidas, con administraciones, autoridades, leyes y ordenanzas a múltiples niveles, que se aplican a la población regular, pero menos a los bucaneros del presente, salvo cuando se pasan de frenada e irrumpen de manera excesivamente ruidosa en la orilla visible y ordenada por la que transita la gente «normal».
Lo hemos visto estos días pasados, con esa macrooperación antidroga acompañada de un despliegue de medio centenar de guardias civiles, que culminó con 27 detenidos y que comenzó porque dos bandas rivales se liaron a tiros en el parking de un hipermercado de sa Carroca. Ocurrió en diciembre de 2022, en plenas compras navideñas y con el lugar atestado de civiles. Ante el escándalo de que Ibiza se convertía en el Far West, no hubo más remedio que tirar del hilo y acabar desarticulando a los narcos.
De no haberse producido dicha incursión de la versión pirata de Ibiza en su lado amable, estos traficantes probablemente seguirían campando a sus anchas, con su red de camellos trapicheando en calles, pisos francos, taxis piratas, paseos marítimos y establecimientos, aunque las sobredosis saturen casi a diario las urgencias. Es algo que en la isla ocurre desde que los hippies trajeron las drogas e Ibiza se convirtió en un destino turístico ideal para desfasar y colocarse, con una impunidad asombrosa e inédita en nuestro país.
La semana pasada, este periódico publicaba también dos ilustrativos reportajes sobre las mafias profesionales que se dedican a organizar fiestas ilegales en villas y chalets, y que se ríen ante las narices de las autoridades que pretenden pararles. Publican el precio de la entrada en las redes sociales, el nombre de los djs que animarán el cotarro y se mueven constantemente de una casa a otra, al disponer de una red de ellas que les permite operar como una sala de fiestas al uso, con la única salvedad de cambiar de ubicación a diario. Algunas de estas villas ya han sido insonorizadas ex profeso para que no salte la liebre y, cuando eso ocurre y se presenta la policía, se encastillan en el interior y únicamente responden que se celebra una fiesta privada de cumpleaños y que solo permitirán el acceso a los agentes si traen una orden judicial. Para cuando la consiguen, la fiesta ha terminado o se ha trasladado.
Los taxistas legales de la isla, asimismo, denuncian que esta temporada, y aún quedan muchas semanas para finiquitarla, ya han identificado más de 1.300 vehículos que ejercen como taxis piratas. Sus conductores, según manifiestan los regulares, campan a sus anchas por el aeropuerto, donde lucen polos del mismo color que ellos, cobran con datáfono y han convertido el parking exprés en su nueva base de operaciones, saturándolo. Y no solo allí, sino también en otras áreas, como ses Salines, Platges de Comte, Cala d’Hort y, por supuesto, las villas donde se organizan fiestas ilegales.
A esta insólita convivencia entre leyes y anarquía que impera en la isla, cabe sumar otros muchos ejemplos. Ahí tenemos al pirata de Porroig, que explota una bahía pública como si fuera un parking privado de embarcaciones, todos esos propietarios de chárteres que vienen a la isla a hacer el agosto, los que comercian con alquileres turísticos ilegales y un largo etcétera.
Ibiza, efectivamente, es una utopía pirata que se nos ha ido definitivamente de las manos. Hay demasiados filibusteros camuflados entre nosotros y cada vez vienen más.
@xescuprats