El fin de las mascarillas en los centros sanitarios ha hecho que podamos volver a ver las caras de las personas que nos cuidan. En mi caso, no había visto sin mascarilla a la ginecóloga que me atendió durante todo el embarazo de mi hijo en 2020, en plena pandemia. La semana pasada fui a su consulta para una revisión anual. Algo que se me escapaba estaba sucediendo. En mi despiste de no recordar ese importante detalle de la mascarilla, pensé: «¿Qué le ha pasado a esa mujer? No la reconozco».«Al fin nos vemos las caras», me dijo la doctora. Efectivamente, no la conocía de nariz para abajo y me parecía otra persona distinta en esa visita. Mi médica de familia también es de reciente asignación y solo habíamos coincidido una vez y con tapabocas. Así que la segunda vez que asistí a su consulta fue ella la que no recordó que yo era la paciente que hacía un mes había llorado en la misma, aquejada de una neumonía y otros duelos internos, y que ella había sostenido mi mano dándome ánimos. Cuando pude darle las gracias por el trato tan humano que tuvo conmigo ese día, ambas nos emocionamos y nos abrazamos. Incluso pude sentir como me daba un beso maternal en la mejilla. Justo lo que necesitaba: medicina sin filtros.
