desde la marina

Un turismo de Iot y Jet

Que falte vivienda estacional para los trabajadores de temporada que la isla necesita en verano para cubrir las necesidades que crea la avalancha turística no es un hecho que descubramos ahora. El problema se repite, empeora a cada año que pasa y se suma al cupo de desaguisados y peligrosos endemismos que no sabemos si son ya reversibles y hacia dónde nos llevan. Puede que estemos en ese punto en el que los promotores más débiles del sector turístico, las pequeñas y medianas empresas, empiecen a flaquear. Quienes juegan a lo grande en el negocio del ocio, los amos del cotarro, se han apuntado a un arriesgado cortoplacismo que sólo les beneficia a ellos. Pueden permitirse proporcionar techo a los empleados que contratan y repercutir el gasto a sus clientes que, con un mayor poder adquisitivo, pagan demenciales facturas sin pestañear. Pero ¿qué pasa con el enorme tejido mayoritario de pequeñas empresas que no pueden entrar en ese juego que los más pudientes imponen?

La dictadura de don Dinero en nuestras islas resulta ya escandalosa. Es más caro vivir aquí que en Madrid o en San Sebastián. El gran capital apuesta por un turismo exclusivo y, por lo tanto, excluyente, que beneficia cuatro y perjudica a tropecientos. Una deriva que ya se deja notar en la calle, muy especialmente en la cesta de la compra y en la vivienda.

Los ricos hacen ‘caja’, pero las colas en los servicios de Cáritas no dejan de crecer. Los abusos que se dan en esto de encontrar techo -camas calientes, habitaciones compartidas y auténticos cuartuchos a mil euros al mes-, han dejado de ser anécdotas y son ya situaciones cotidianas en un contexto salvaje y deshumanizado. Hemos creado una situación que nos ha superado y que ahora, por lo que parece, no sabemos reconducir. O no queremos hacerlo, que sería peor. Me pregunto si no estaremos alimentando un monstruo y cayendo en nuestra propia trampa.

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