Cuerpos de mujeres vendidos

Si la semana pasada descubrimos cómo bailaba o qué hacía la víctima que denunció a Dani Alves en el vídeo de su encuentro, según su defensa, esta semana un programa ha emitido imágenes de aquella noche. La defensa de la víctima ha publicado un comunicado condenando esa publicación. Ha recordado que además de poder ser constitutiva de delito, esa emisión ocasiona un daño irreparable en ella.

Cuando supe de la noticia me recordó a lo que ocurrió con la víctima de la Manada. En aquella situación, el vídeo no se mostró en ningún medio de comunicación pero sí muchos periodistas habían visto parte de la grabación, y la intención de esa filtración no era defenderla.

Igual que la prensa debería tener claro que no se entrevista a maltratadores, debería saber ya que la emisión de imágenes de víctimas no debe producirse. ¿Reparan en que ella no ha pedido esa emisión y que quiere proteger su imagen? ¿Piensan en el daño que produce en su recuperación? Una violación no es ningún espectáculo, ni los momentos anteriores o posteriores. ¿Qué se pretende verificar? ¿Se va a determinar ahora una violación por cómo reaccione ella? Para algo existe la ética en el periodismo frente a tener audiencia. Entre otras cosas, para no exponer a las víctimas.

Si ni siquiera la prensa da protección a una víctima, imaginen cómo estamos el resto de mujeres. Ya te puedes llamar Rosalía que ni te salvas. Un cantante, con intención de promocionarse, puso como reclamo dos imágenes de Rosalía mostrando sus pechos. Era un montaje digital. Ella se defendió en las redes, denunciando la sexualización, falta de respeto y cómo aquella imagen era violencia.

No es la primera ni será la última. Y es el resultado de todo lo que la edición digital e inteligencia artificial puede llegar a crear en manos de indeseables. Centenares de mujeres llevan años denunciando los ‘deepfakes’ pornos, muy difíciles de eliminar en la web. Son vídeos manipulados donde sobre su cuerpo se superponen imágenes reales de mujeres haciendo porno. Sin quererlo, sin su consentimiento y sin ni siquiera su conocimiento, de pronto se ven siendo protagonistas de vídeos pornográficos, sometidas a prácticas infames.

Sabemos que el porno tiene mucha demanda, así que la rentabilidad está asegurada. De nuevo, solo se busca el dinero y nadie repara en el efecto psicológico sobre ellas. Porque es igual que nunca hayan ocurrido esas escenas. Solo el hecho de verse en ellas, de que el rostro que aparezca sea el suyo, provoca secuelas. Al punto de sentirse violadas en lo más profundo de su intimidad.

Los dos casos, el de la víctima de Alves y el de Rosalía, son las dos caras de la misma moneda: usar el cuerpo de las mujeres para tener repercusión sin pensar, justo, en cómo repercute en ellas. Es la realidad que deshumaniza, explota y cosifica nuestros cuerpos. Al final, no es el medio sino lo que hacen de él. Al final, ni el problema es de la tecnología ni del periodismo, sino del machismo. Y ese sí que es antiguo y está durando demasiado.

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