A pesar de todo, seguimos escribiendo

Olga Merino

Olga Merino

No habrá un escritor en el mundo a quien no le hayan preguntado alguna vez por qué escribe, cuestión esta de la que suele salirse del paso con una frase más o menos ingeniosa: «Porque no sé bailar el tango» (Alberto Manguel), «porque cuando no escribo me siento una inútil» (Elvira Lindo), «porque no sirvo para otra cosa» (Günter Grass), «porque siempre es mejor que descargar cajas en el mercado central» (Andrea Camilleri) o el simple «porque me gusta» de Françoise Sagan. En ocasiones, la pregunta suscita respuestas solemnes cuya grandilocuencia, a su pesar, encierra también algo de verdad: para el argentino Roberto Juarroz, la poesía constituía la conjunción más profunda entre el azar y destino, también entre el hombre y el lenguaje; por eso escribía, y porque los versos le permitían «la posibilidad de tolerarse».

En estos últimos días, durante la V Bienal de Novela Mario Vargas Llosa, celebrada en Guadalajara (México), que al final ganó el mexicano David Toscana con ‘El peso de vivir en la Tierra’ (Candaya), una de las mesas redondas en torno al certamen le dio una vuelta de tuerca al asunto, interpelando a los ponentes con el título ‘A pesar de todo seguimos escribiendo’. En el fondo, la perseverancia en la escritura constituye un pequeño milagro. Seguimos escribiendo a pesar de que ya todo está en Shakespeare (la ambición, el poder, la locura, la lealtad, la realidad y las apariencias). A pesar de los miedos. A pesar de los cantos de sirena. A pesar de la inteligencia artificial. A pesar de que hay que ganarse el plato de macarrones. De que el interfono suena cada maldita vez que estás cogiéndole el tranquillo mientras tecleas en el vacío.

En un mundo acelerado y en constante cambio, que busca la gratificación inmediata, que valora la rapidez por encima de la reflexión, la ligereza sobre la profundidad, escribir supone al fin un acto de coraje, de resistencia, de nadar a la contra. Buscar sentido entre el ruido y los océanos de información. Exponerse, mostrar la vulnerabilidad en medio del baile de máscaras. Construir puentes en lugar de enrocarse en las polarización. Durante las jornadas en Guadalajara, la novelista Aroa Moreno recordó las palabras de la poeta rusa Anna Ajmátova durante las purgas estalinistas. Llevaba 17 meses guardando cola frente a la cárcel de Leningrado, a la espera de poder ver a su hijo; un día, alguien la reconoció, una mujer de labios morados, que le preguntó al oído susurrando: «¿Y usted podría describir esto?». Ajmátova repuso: «Sí, puedo». Entonces una especie de sonrisa se deslizó por lo que alguna vez había sido su rostro. Escribir. Solo por eso, por contarlo.

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