Resaca de la coronación

Olga Merino

Olga Merino

El tópico, que suele arrastrar fatigosa verdad, atribuye a los ingleses tanto la chispa de la excentricidad —el Brexit, más que eso, fue un colosal patinazo— como la temperancia, la compostura ante cualquier disonancia, sobre todo las de orden sentimental. En la isla acuñaron la frase «keep calm and carry on» (mantén la calma y sigue adelante) al inicio de la guerra. Investido de esa flema proverbial, el exmarido de Camila, el militar retirado Andrew Parker Bowles, acudió a los fastos de la coronación acompañado de los dos hijos que tuvo el matrimonio. Impertérrito, sin levantar siquiera la ceja, como si nada. «Ya que la verdad no la podemos tener, tengamos al menos buenos modales», exclama un personaje, un cachorro del más fino pedigrí inglés, en ‘Los eduardianos’, la divertida novela de Vita Sackville-West, amiguísima de Virginia Woolf.

Nada de estridencias. El excónyuge y la reina se llevan la mar de bien, a pesar de los cuernos y el ‘tampaxgate’. Todo pasa. Todo, todo se olvida, dice el tango. Imagino que, a los 83 años, el exoficial de caballería debe de observar el arrebato carnal de las sábanas con distancia, tal vez con la ternura del ‘ubi sunt’. Más allá, en contra de lo que pudiera parecer, Parker Bowles no fue el gran cornudo del reino, estoico y sufrido, sino que echó también alguna cana al aire y cortejó a la princesa Ana, la hermana de Carlos III. Tiene su gota de excéntrico: conserva en un frasquito con salmuera los puntos de sutura que le quitaron de la espalda tras habérsela roto en una carrera de obstáculos en Ascot (lo dice la revista ‘Tatler’).

Ahí pretendíamos llegar: a las carreras de Ascot, el té de las cinco, el polo, el colegio de Eton, las universidades de Oxford y Cambridge y un acento de la BBC tallado cual copa de cristal. Códigos de un círculo al que tanto Camila como su ex pertenecen, una clase social, mezcla de aristocracia media y ‘gentry’, que chapotea en una pecera de sopa aguada y cuya aspiración reside en arrimarse lo máximo posible al costrón flotante de la familia real. De una u otra forma, ambos lo han conseguido. Y conste que en este rincón estamos muy a favor de Camila. La querida. La otra. La mala.

Hace años, el pintor Lucian Freud, dueño de una retina descarnada donde las hubiera, retrató a Parker Bowles sin afeite alguno, como un sujeto «triste y aniquilado», en palabras de un crítico, el uniforme militar desabrochado, las medallas inanes sobre la pechera. El retrato melancólico de una clase que vive en un mundo que ya no existe.

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