tribuna

Los oligarcas del agua en Ibiza

Cristina Amanda Tur

Cristina Amanda Tur

No recuerdo ningún año en el que, en abril, hubiéramos tenido que pedir un camión de agua para llenar las cisternas de la casa. Y el 8 de abril, sin ninguna previsión de lluvia en los cielos para las siguientes semanas, hubo que hacerlo.

Y cuando traen agua es cuando yo aprovecho para hablar con los conductores sobre la situación, aprovecho para que me cuenten dónde va el agua, cómo se gasta, cómo están los pozos y también quiénes son los grandes consumidores de nuestro preciado, maltratado e imprescindible recurso.

Pues la situación os la voy a resumir en modo preocupación extrema. Desde mediados de marzo, en los pozos, hay colas de camiones sacando agua y camioneros pensando ya a qué pozo van a recurrir al día siguiente. Y hay colas, principalmente, porque están llegando los residentes de temporada que quieren llenar sus grandes piscinas –en las que cambian el agua mínimo una vez al año– y regar sus jardines exóticos. Algunos llegan a pedir cinco camiones al día para mantener sus casas como si estuvieran en los trópicos, porque en su infinita inconsciencia de consentidos creen que la crisis climática, la sequía y la escasez de agua no van con ellos y que el dinero siempre podrá comprarlo todo.

Y, mientras me dan detalles, reconozco algunos nombres y algunas mansiones. Son los nombres de extranjeros con casa en Ibiza que luego figuran en las listas de benefactores de algunas organizaciones supuestamente conservacionistas,de esas que luego nos piden que cerremos el grifo mientras nos lavamos las manos…. porque el agua es para ellos y para los turistas, no para los ibicencos (esta es la coletilla que se les olvida añadir en sus campañas).

Alianza por el Agua propone un Pacto por el Agua 2023 que los partidos no han dudado en firmar por el simple hecho de que no hay nada en él con lo que no puedan estar de acuerdo todos; es decir, el pacto no incluye absolutamente ningún punto que aluda al auténtico problema que tenemos, que no es –no os engañéis– ni la pérdida de agua de la red ni el funcionamiento de depuradoras y desaladoras. Porque, si bien está claro –y agradezco a la alianza que lo recuerde con insistencia– que no podemos permitirnos el lujo de perder agua, que hay que apostar por el uso de agua regenerada y que todos debemos asumir nuestra responsabilidad individual y cerrar los puñeteros grifos, la única solución capaz de cambiar la deriva al infierno que hemos tomado es reducir la presión humana sobre el territorio. La única solución es poner de una vez en su sitio a un sector turístico que nos está matando y que ha destruido nuestra calidad de vida y limitar el crecimiento poblacional. Os lo pueden pintar con todos los colores del arcoíris, pero ante la actual situación de sequía y ante el cambio climático lo único que puede salvar a las islas y garantizar sus recursos es DE-CRE-CER.

Sin embargo, todos, políticos y organizaciones, recurren al cuento de las desaladoras, a ese cuento de hadas que se quiere meter en la cabeza de los ciudadanos –con la complicidad de los medios que tienen por sistema proteger la comodidad de los grandes empresarios– que construir desaladoras es la solución casi mágica, porque, claro, el mar está lleno de agua, ¿no? ¿Por qué no aprovecharla? Lo que no os dicen es el brutal coste económico y ecológico que supone una de estas plantas; no os explican que descarga toneladas de salmuera sobre los prados marinos ni os cuentan que cada vez que se enciende una desaladora es como si una gran ciudad encendiera de repente todas las luces y todos sus electrodomésticos. O sea, las desaladoras están bien, claro que sí, y pueden mejorar, pero si crees que llenando el planeta de desaladoras ya está todo solucionado es que también piensas que cortándote un dedo del pie evitas que te duela la mano.

En 2019, investigadores de la Universidad de Naciones Unidas, del Instituto del Agua, Ambiente y Salud de Ontario, en Canadá, de la Universidad de Wageningen de Países Bajos y del instituto de ciencia y tecnología de Gwangju, en Corea del Sur, revisaron la situación de las desaladoras en el mundo y ya advirtieron de sus graves impactos. Llegaron a la conclusión de que se producían 141,5 millones de metros cúbicos de salmuera al día y que, por cada litro de agua que se consigue, se produce un promedio de 1,5 litros de salmuera. Es un dato que varía según la tecnología que emplee cada desaladora pero que ya nos acerca a la realidad; si os creéis que las desaladoras nos van a salvar, os habéis caído de un guindo. Tampoco será suficiente evitar las pérdidas en la red ni reutilizar el agua de las depuradoras.

Y aún hay otras dos cosas ciertas. Si la primera es que vivimos una situación alarmante mientras nuestros políticos ponen a tocar a la banda del Titanic y basan sus campañas para el 28 de mayo en prioridades equivocadas pero muy populistas, la segunda es que, cuando haya restricciones, se limitará antes el agua a los agricultores que a los hoteleros y a los propietarios de mansiones que quieran llenar sus piscinas. Y eso sí merecería una revolución.

Pero, cuidado, que también ellos –los egoístas y los inconscientes– se pueden quedar sin agua antes de lo que creemos… El dinero seguirá comprando conciencias en esta isla vendida al mejor postor, pero es posible que algún día no pueda comprar agua, porque el agua, al igual que el movimiento de la cola de un perro –algo bueno y bonito que nos enseñó Disney– puede llegar a ser un bien que el dinero no pueda comprar. Mientras tanto, ¿alguien sabe cómo se baila la danza de la lluvia?

@territoriocat

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