Una inmensa pérdida de tiempo

Mercè Marrero Fuster

Mercè Marrero Fuster

En una de mis últimas sesiones terapéuticas, mi psicólogo me informó de que el 91,4% de mis preocupaciones no iban a existir. Según un estudio de alguna universidad, cuyo nombre no logro recordar en estos momentos, invertimos una inmensa cantidad de tiempo pensando que van a suceder cosas malas malísimas que, simplemente, jamás pasarán. Me pregunto si no será un tema cultural eso de vivir constantemente con un punto de miedo a todo y a nada en concreto.

En una clase de improvisación teatral, la profesora nos pidió que imagináramos qué cambiaríamos de nuestra educación. Era una dinámica que hacíamos de dos en dos y que tenía el objetivo, o eso cre o yo, de crear complicidad entre compañeros. Mi pareja me dijo que modificaría la excesiva rectitud con la que creció. Yo cambiaría la influencia desmedida del judeocristianismo.

Básicamente, hablábamos de lo mismo. De esa línea que pensábamos que tan claramente delimitaba lo que estaba bien de lo que estaba mal. Mirar a un chico, pecado. Desearle, al infierno de cabeza. Decir una mentira, fatal. Sacar malas notas, decepción. Nos hacemos mayores y creemos que lo hemos superado, pero no siempre es así.

Pensé en Emilio Duró. El formador y consultor cuenta en su charla viral que cambió su forma de ver y de vivir la vida a raíz de una caída de la venta de los yogures Yoplait (hay que tener una edad para conocer esa marca). Duró trabajó en esa empresa de lácteos durante un tiempo y fue durante una crisis en los resultados económicos cuando al pobre le dio un jamacuco.

El auditorio lloraba de la risa al escucharle narrar cómo comenzó a cuestionarse, tumbado en una camilla de ambulancia y oyendo el «ninó, ninó» de las sirenas, si era necesario morir porque una empresa dejaba de vender unos cuantos yogures. Y, ahí, hizo clic.

Me pregunto si vale la pena pasar noches en vela porque pensamos que algo en el trabajo podría haber salido mejor. Si cambiará algo preocuparnos excesivamente por la seguridad y bienestar futuros de nuestros hijos.

Si estar obsesionados por una alimentación saludable hará que tengamos una calidad de vida radicalmente mejor o si leer acerca de síntomas de enfermedades ayudará a prevenir su aparición. No tengo claro si andar haciendo cuentas sobre lo que cobraremos en nuestra jubilación incrementará nuestra pensión a final de mes o si imaginar qué sucedería si nos echasen garantizará que nuestro jefe no lo vaya a hacer. La respuesta es no.

Aunque tampoco hay que irse a cuestiones tan dramáticas. Algunas somos tan vulnerables a la preocupación que, además de angustiarnos por todo lo anterior, somos capaces de alterarnos (y mucho) al imaginar que una tubería de casa podría explotar e inundar todas las habitaciones. O que algún descerebrado va a hackear nuestra paupérrima cuenta corriente. La cuestión es dar rienda suelta a pensamientos que suponen una inmensa pérdida de tiempo.

Cuando mi psicólogo, ser maravilloso donde los haya, me explicó la teoría del porcentaje sentí un sosiego momentáneo. «Entonces, ¿quiere esto decir que sólo sucederá ese 8,6% restante?», pregunté. Puso los ojos en blanco y, claro está, me citó para dentro de tres semanas.

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