Autónomos y papeleo

Olga Merino

Olga Merino

A lo lejos, en los confines de una pradera imaginaria, oigo los mugidos de una manada de búfalos. Cabecean, comen hierbas y ramaje, apezuñan la tierra reseca. Bostezan. Hacen pis. Parecen tranquilos pero ya conspiran para la embestida conjunta. Ellos saben que yo sé, y disimulan. Pero un día determinado, entre hoy y el 30 de junio, el hato de bisontes se echará encima en estampida, con hambre de coz y cornada, levantando una nube de polvo pavoroso: me refiero al momento de sentarse a completar la declaración de renta, la renta de los autónomos. Oh, my God.

En España seremos unos tres millones los trabajadores por cuenta propia: el taxista, el quiosquero, la peluquera, el trombón de la orquesta, la dueña del bar de la esquina, el constructor, la arquitecta, el dentista y el pastor de bóvidos. Aun siendo cada uno de su padre y de madre, tememos por igual -me atrevería a decir- el encuentro con su majestad tributaria por estas fechas del año. Y no precisamente por afición al juego del trile -¿dónde está la bolita?-, sino por el horrendo papeleo de recopilar facturas, recibos, justificantes y demás. Conozco mejor a los de mi gremio, periodistas freelance y escritores de diversa laya, y pobres de ellos si se les olvida incluir aquel bolo que hicieron en un pueblecito cerca de Motilla del Palancar: el mazo de Hacienda los tronchará por desmemoriados. Escribo estas líneas con el murmullo de fondo de la junta de accionistas de Ferrovial, como si fuera la transmisión en directo del Gordo de Navidad, que va contigo sólo porque llevas un décimo. La cuestión es que, como era previsible, la multinacional constructora toma el portante y se larga a los Países Bajos. Escocerá más o menos la tocata y fuga de Ferrovial, pero la empresa está en su pleno derecho: en la Unión Europea impera la libre circulación de capitales (nos lo explicará mejor Eliseo Oliveras). Son habas contadas.

Harina de otro costal son las explicaciones. Primero, arguyeron (in)seguridad jurídica y, luego, esgrimieron «motivos económicos», sin mencionar en ningún momento que se van porque allí pagarán menos impuestos. Me temo que la tormenta fiscal con que amenaza el Gobierno se quedará en nada, pues cohortes de abogados se encargarán de demostrar que el traslado es legal. Ferrovial no escucha los mugidos de los búfalos ni pena por lo que tardan las devoluciones de la renta. Ah, el parné, los monises. Al menos desde Quevedo lo sabemos, «pues que da y quita el decoro / y quebranta cualquier fuero, / poderoso caballero /es don Dinero».

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