Tribuna

Recuérdame, el musical de Coco no apto para todos los públicos

Susana Ribas Torres

Susana Ribas Torres

Planazo para el domingo: ¡nos vamos al teatro! A pesar de que faltaba más de media hora para el inicio de la función, a nuestra llegada ya no quedaban plazas en el aparcamiento del recinto ferial y el personal de la entrada nos ha invitado a estacionar en los aledaños. No se han percatado de la tarjeta de movilidad reducida que destaca sobre el oscuro salpicadero. Le hemos comentado que acudimos con una persona con movilidad reducida y no ha parecido entender el concepto hasta que le hemos mostrado la tarjeta azul. Seguramente, si hubiéramos utilizado la palabra ‘minusválido’ nos hubiera entendido mejor. Pero ese término tiene connotaciones peyorativas y, en el siglo XXI, ya debería estar desterrado de nuestro vocabulario.

Finalmente, hemos podido acceder. La única pista que hemos tenido para saber dónde se encontraban las plazas de aparcamiento reservadas a personas con movilidad reducida nos la ha dado un hueco entre dos vehículos donde se vislumbraba un resto de pintura blanca, ya que la señalización vertical brilla por su ausencia y la horizontal ya no lo hace por el desgaste.

Una vez en el interior del recinto hemos preguntado al personal si había algún espacio o algún asiento reservado a personas con movilidad reducida y la respuesta ha sido un no rotundo. Muy amablemente, nos ha indicado que podíamos ocupar los asientos de las últimas filas, «las de las sillas blancas».

Mi hija nos ha mirado con gesto de decepción porque veía sillas grises libres en las hileras más cercanas al escenario. Y aunque, tanto en casa como en la asociación, no cesamos en el empeño de explicarle el concepto de inclusión, a pesar de su corta edad, conoce mejor el significado de la palabra resignación.

Por fin empieza la función. Y se escucha un ay, ay, ay al más puro estilo mexicano. Pero no, no eran Miguelito y Héctor ensayando para el gran concurso de música que se iba a celebrar en la tierra de los muertos. Era un espectador intentando levantarse del suelo con la pata de su silla en la mano. Su asiento venció y la gravedad hizo el resto. Y no fue un incidente aislado. Mientras mamá Imelda nos deleitaba con su fantástica versión de La llorona, otra señora corría la misma suerte. Y no ha sido la última. Hasta cuatro sillas rotas hemos podido ver desde nuestra reducida perspectiva. Sobresaltado, el público asistente ha empezado a revisar sus maltrechos asientos y a apilar sillas para darle un poco más de estabilidad al asunto.

Mientras en el escenario el malvado Ernesto de la Cruz preguntaba a su amiga Catrina: ¿Están vivos?, alguien de entre el público contestaba: ¡Sí, pero de milagro!

En la próxima función, como en aquel conocido anuncio navideño de una cadena de supermercados, es probable que alguien grite: ¡faltan sillas! Pues sí, las que se rompieron mientras Miguel nos emocionaba cantándole bajito a su abuela Coco y las reservadas a personas con movilidad reducida.

Recuérdame, una función que servirá para refrescar la memoria al Consell d'Eivissa de que, además de renovar el mobiliario del recinto, deben fomentar un ocio inclusivo.

Susana Ribas Torres | Secretaria de Ibiza IN 

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