Mi abuela

Cristina Martín Vega

Cristina Martín Vega

Recuerdo a mi abuela a cuatro patas en el suelo de la cocina leyendo las hojas de periódico que había puesto después de fregar el suelo, para poder pisarlo sin mancharlo. Mi curiosidad me llevaba a agacharme también para saber qué tenía absorta a la yaya, y ahí nos quedábamos un rato, leyendo noticias, entrevistas, reportajes de días atrás, saltando de una hoja mojada a otra, comentando algunas y recomendando otras. Luego le costaba levantarse, pero no podía evitar leer todo lo que estaba a su alcance. Su pequeña mesilla siempre tenía una pila de libros amontonados que leía a la vez, en función de su ánimo en ese momento. Libros de historia, novelitas ligeras para pasar el rato, clásicos, literatura actual, ensayos, teatro, filosofía, novela negra... Era una lectora voraz, sin prejuicios, que primero leía y luego opinaba. La diferencia generacional no era ningún obstáculo para intercambiarnos y recomendarnos lecturas. Maestra de pueblo vocacional, firme militante de la educación como herramienta para abrir horizontes, especialmente para los nacidos en entornos miserables como aquellos pueblos castellanos de la posguerra en los que la cultura era una tabla de salvación, mi abuela no sólo nos transmitió la pasión por la lectura, sino que nos regaló su inmensa, su generosa humanidad. Debemos tanto a mujeres como ella, María, que nos han educado con su ejemplo y con su recuerdo.

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