¡Que no se apague!

Miguel Ángel Riera

Miguel Ángel Riera

El pasado viernes, por las calles del pueblo de Santa Eulalia desfilaron muchas personas en solidaridad con el pueblo Ucraniano, en contra de la guerra y en definitiva por la paz. Una manifestación más del rechazo de la sociedad a todo aquello que perturba la paz en el mundo y que afecta a ciudadanos que conviven con nosotros. Unirnos en el sufrimiento de todos los afectados con la oración. El mal, la guerra, son signos visibles del poder de este mundo: el dinero. Una realidad que lo corrompe todo, que es capaz de robar la dignidad a todas las personas que interfieren en su último fin: lucrar a unos pocos a consta de la muerte de muchos.

Se me hace muy difícil entender visitas de dirigentes políticos, encuentros internacionales que en vez de potenciar el dialogo y la cordura, solo se percibe un interés de armar más a los países enfrentados. Da la impresión de querer continuar un conflicto en vez de acabar con él. Quizás por esta misma razón continúan tantos otros conflictos abiertos en el mundo que no se acaban nunca, son la manera de continuar explotando a los más pobres y seguir teniéndoles sometidos, con el miedo y con la única excusa de que la manera de acabar con el conflicto es ganar. Y yo me pregunto: ¿ganar qué? ¡Más muertes, más destrucción! ¿Más riquezas para los que se lucran con la venta y el tráfico de armamento?

Este domingo, primero del tiempo de cuaresma que nos prepara para la fiesta de la Pascua, del triunfo de la Vida sobre la Muerte, se nos ofrece la lectura de las tentaciones que sufrió Jesús en el desierto. Las mismas tentaciones de la sociedad actual. Las tentaciones del poder, del materialismo, del individualismo, de la idolatría al dinero. Hoy continúan las tentaciones, de manera muy especial de aquellos que quieren dominarlo todo y poseerlo todo, incluso a los otros, robándoles la dignidad y la libertad, sometiéndoles con la guerra, con el hambre y con la pobreza. Pero también la tentación que podemos sufrir muchos de nosotros, ante tanto mal, ante tanto sufrimiento, ¿Qué podemos hacer? Y caemos en la tentación del conformismo y dejamos de ser sensibles a la agonía de los demás. Y todavía más me arranca la paz pensar en todos los que viven a nuestro alrededor y que con sus gestos y palabras contribuyen a que la vida en nuestros pueblos, calles y familias sea un tormento, una pelea continúa. Necesitamos que la esperanza de la paz y del bien no se apague.

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