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Juan Tallón

Parece una tontería

Juan Tallón

Setenta y cinco céntimos justos

En la misma semana que mi hija le dijo a su profesora, en mitad de la clase, que en casa siempre le damos sopa de cenar, cosa que me gustaría desmentir en esta columna, me pidió cinco euros para hacer compras solidarias en el colegio. Le dije que no los tenía. Se lo juré, porque a cierta edad hay que jurarlo todo: que el kiwi no pica, que el pañuelo no tiene mocos… No me creyó, así que nos detuvimos en mitad de la acera y vacié los bolsillos para que viese que estaba pelado: setenta y cinco céntimos. Me arrepentí enseguida, porque me pareció que esa misma mañana haría correr la noticia en el recreo de que su padre estaba sin blanca.

Esos setenta y cinco céntimos, sin embargo, simbolizaban un modesto milagro: eran las vueltas de una barra de pan de hacía día y medio. Desde entonces no había vuelto a gastar nada, pese a salir en ese tiempo cinco veces de casa. Con lo difícil que es eso. La periodista Clara Nuño preguntó hace año y pico, en su cuenta de Twitter, «cuándo fue la última vez que saliste de casa y no gastaste dinero», y «a qué edad quedar con los amigos, hacer cosas, empezó a suponer aflojar pasta todo el rato». Las preguntas eran tan sencillas, y a la vez demoledoras, que su tuit se volvió viral, y yo me lo apunté en una libreta.

A vista de las dificultades para salir y regresar a casa sin haber gastado dinero, mis céntimos se volvían héroes. Pero, ¿cómo hacérselo entender a una persona de siete años? Le juré que al día siguiente le daría 10 pavos, y que la expectativa la ayudase a mantener la boca cerrada en el recreo. Después de dejarla en el cole, me pasé por el cajero. De vuelta a casa, por alguna razón, me acordé de los 247 euros que habían quedado en la cuenta de Luis Medina, después de retirar el millón que obtuvo en comisiones por la venta de material sanitario al Ayuntamiento de Madrid durante lo peor de la pandemia. Aquellos 247 euros podían parecer poco dinero, pero representaban una alegoría.

Hay un momento en que el dinero solo es eso: simbología. Cuando Medina retiró todo el dinero, y dejó solo 247 euros, quizá no sabía lo que hacía. Típico de la aristocracia: cae en la inteligencia sin querer. Al final, la genialidad no fue meter en la saca un millón, sino conseguir que al poco en su cuenta bancaria solo quedasen 247 euros. Esta cifra constituía el eco de una heroicidad, lo único por lo que recordaremos a Medina. Ese puñado de euros fue todo lo que resistió a la voracidad.

Mi calderilla fue lo que sobrevivió al alza de precios, lo que me hizo pensar también en el gigantesco marlín que pesca Santiago en ‘El viejo y el mar’. La lucha entre el hombre y el pez vela dura tres días, al cabo de los cuales el marlín se rinde, y Santiago le clava el arpón y lo ata a su bote. La travesía de vuelta se prolonga varias jornadas. Por desgracia, la sangre atrae a los tiburones, que van devorando poco a poco la carne del pez vela. Cuando Santiago llega a puerto, de su trofeo solo quedan la espina dorsal, la cola y la cabeza. Es decir, mis setenta y cinco céntimos heroicos.

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