El sistemático desprecio al residente

Xescu Prats

Xescu Prats

A Pitágoras le atribuyen una frase que dice que «el orden es el más hermoso ornamento de una casa». Si hacemos extensible esta filosofía a la calle, el barrio o incluso la ciudad, concluiremos que más que las fuentes, las farolas, los parterres, las plazas e incluso los parques y jardines, en un espacio público la auténtica sensación de confort y habitabilidad la proyectan la limpieza y el orden. Sin embargo, cualquiera que transite fuera de temporada por determinados paseos marítimos, áreas turísticas que conviven con calles residenciales, playas y bulevares de la isla no podrá evitar una sensación generalizada de abandono y suciedad que, a su vez, genera malestar, desidia y ganas de salir corriendo.

Cuando arrancan los preparativos de la temporada, las paredes se pintan, los metales se abrillantan, las macetas se llenan de plantas, las aceras se limpian y las calles se adornan para recibir al turista, aunque es cierto que hay zonas mucho mejor mantenidas que otras. El resto del año, muy al contrario, viene a ser como si los residentes no existiéramos; como si no mereciésemos vivir en una isla cuidada y estéticamente agradable.

Este fin de semana tuve ocasión de caminar por un paseo marítimo plenamente urbano, donde viven decenas de miles de vecinos. Muchos de ellos pasan por allí a diario a pie o en bicicleta y llevan a jugar a sus hijos. Los establecimientos situados a orillas de este recorrido que solo abren en temporada rompen drásticamente la belleza que aporta el mar, anulando todo atisbo de armonía.

Hay terrazas gigantescas cerradas con vallas de rejilla, las mismas que se utilizan en las obras públicas, donde se amontonan latas, plásticos, montículos con restos de poda... En otras incluso se han dejado las mesas a la intemperie, cubiertas con lonas, y el mismo sistema se utiliza para proteger los rótulos y otros elementos decorativos de algunos establecimientos. Buena parte de estos envoltorios acaban volando con el viento y quedan amontonados en el suelo, hasta que, en primavera, con el inminente arranque de la temporada, alguien los recoja. La sensación de mugre y dejadez, en definitiva, es lamentable y hasta contagiosa; y lo que debería ser un paseo agradable por un espacio pagado con el dinero de todos acaba resultando una excursión por un paraje desolado.

No hace falta nombrar la zona específica en la que ocurre esto porque podemos encontrar ejemplos similares en prácticamente todas las áreas turísticas de la isla. Hay descampados en los que en verano se instalan ferias y áreas de aparcamiento repletos de vehículos abandonados, atracciones desmontadas, chatarra, etcétera. Algunos hoteles, situados junto a zonas residenciales, incluso tapian las puertas con tableros cutres. A todo ello se suman negocios cerrados hace ya muchos años, medio en ruinas, que presentan este aspecto descuidado todo el año.

La imagen que ofrecemos a los turistas de temporada baja resulta lamentable y más propia de un país bananero que de una supuesta isla orientada al turista de alta calidad o de lujo, que parece lo mismo, pero no lo es. Sin embargo, no solo debemos lamentar el estado general de incuria por la mala experiencia que se puedan llevar a casa quienes nos visitan, sino por nosotros mismos, las personas que residimos aquí todo el año.

Hay localidades turísticas en todo el país, a veces mucho más estacionales que Ibiza, que se mantienen en perfecto estado de revista y donde no se encuentra un papel por la calle. Estos negocios y parcelas descuidadas, como los que exhibimos en Ibiza, resultan inconcebibles en aquellas latitudes. Allí donde todo está cuidado y reluciente, el vecino se lo piensa dos veces antes de tirar una colilla o un envoltorio al suelo. Sin embargo, los lugares donde impera la suciedad aún atraen más inmundicia.

Obviamente, los primeros responsables de la sensación de abandono que reina en numerosos negocios cerrados al acabar la temporada son sus propietarios, que no tienen en cuenta cómo su actitud afecta a la atmósfera del barrio en el que están ubicados. Pero los ayuntamientos son igualmente culpables, por permitir que nuestros entornos urbanos, playas, paseos, etcétera, proyecten una imagen tan desastrosa.

Si hay poblaciones con idéntica dependencia del turismo y estacionalidad capaces de conservar sus calles pulcras y acogedoras, no hay excusas que valgan. Se requieren ordenanzas claras y rotundas al respecto y que luego se hagan cumplir de manera escrupulosa. Resulta inconcebible que en una isla con un paisaje natural tan extraordinario las zonas urbanas parezcan casi tercermundistas.

Otro día hablamos del caos urbanístico y la total ausencia de normas estéticas, que han transformado Ibiza en un pastiche arquitectónico sin orden ni concierto. Pero, como mínimo, mantengámoslo habitable y adecentado.

@xescuprats

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