¿Nos va a gobernar un robot?

Yolanda Román

Yolanda Román

Nos hemos preguntado mucho en los últimos años si los robots y los algoritmos nos van a sustituir en el trabajo. No como ejercicio de ciencia ficción sino de previsión, para anticipar el futuro del trabajo y los trabajos del futuro. Parece claro que la respuesta es que los robots no van a sustituirnos tan fácilmente, no del todo y no inmediatamente. Pero mientras tanto la realidad del trabajo se va transformando con la automatización, las formas atípicas de empleo, el trabajo en plataformas y las disruptivas aspiraciones laborales de las nuevas generaciones que se incorporan al mercado. Pero, ¿qué pasa con los políticos? ¿También podrían quedarse sin trabajo? ¿Los cambiaremos por algoritmos? ¿Nos gobernarán robots?

No es esta una pregunta fatua para ahondar en el descrédito populista de las instituciones, los gobiernos y sus líderes. Al contrario, propone valorar las posibilidades de la inteligencia artificial como un aliado necesario que pueda restituir al noble ejercicio de la política su prestigio, mejorando los procesos de toma de decisiones, aportando racionalidad al debate e inteligencia al diseño de políticas públicas, aumentando la eficacia y la eficiencia tanto del proceso político como de la gestión de lo público. Una política menos emocional, basada en datos, predicciones y cálculos afinados, que se acerque más, con menos recursos, e incluso de manera más justa, a los objetivos que se planteen. ¿No es lo deseable?

No se trata tampoco de imaginar al líder perfecto y diseñar un robot con todos sus atributos, dotado de la inteligencia adecuada para gobernar sin fallos, sin contradicciones y sin vanidad. La democracia es un equilibrio delicado que necesita mucho más que un único o varios líderes -ya sean humanos, semihumanos o robots- para mantenerse, desarrollarse y no corromperse. La democracia necesita sobre todo construir consensos; necesita debate, negociación, creatividad y compasión. Ni el más evolucionado ejército de robots gobernantes podrían garantizarnos eso.

Debemos hablar de políticas públicas para la inteligencia artificial –favorecerla o controlarla- pero también de inteligencia artificial para la política. El uso generalizado de herramientas tecnológicamente avanzadas en la toma de decisiones debe considerarse seriamente, no sólo para facilitar los procesos, sino como base de rigor de las propuestas, discusiones y acuerdos. Se trata, básicamente, de legislar y gobernar de manera conectada y basada en datos, poniendo la capacidad tecnológica y digital al servicio de la detección de necesidades, el análisis de variables y el cálculo de soluciones, de una manera objetiva, ágil, flexible y con capacidad de adaptación y corrección en tiempo real.

Un gobierno robotizado y artificial tendría muchas ventajas. Es cierto que las sesiones de control, las votaciones parlamentarias y las campañas electorales perderían su adrenalina y dramatismo, pero tal vez un poco de calma, sosiego y rigor no vendrían mal. Menos artificio y más inteligencia artificial.

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