Opinión
Botín, Ortega y otras hijas de papá
«La meritocracia son los padres, dicen los que injustamente cuestionan a las herederas de los grandes imperios.
Ellas se merecen una oportunidad»
La meritocracia son los padres, sobre todo si quien progresa en la empresa familiar es una mujer. Da igual qué talento, formación y experiencia tenga para ocupar un puesto de alta responsabilidad. Si está donde está, es por ser una enchufada hija de papá. Esta falacia es reproducida por determinados opinadores, políticos, analistas, inversores y hasta voces del feminismo cada vez que una heredera sustituye a su padre o a un gestor al frente de una compañía.
Así sucedió cuando en 2014 Ana Botín se convirtió en presidenta de Santander al fallecer su padre, Emilio Botín. También, cuando en 2021 Marta Ortega, hija del fundador de Inditex (Amancio Ortega), asumió la presidencia del grupo propietario de Zara en sustitución de Pablo Isla. Ahora, ha sido el turno de Delphine Arnault, la mayor de los cinco hijos de Bernard Arnault, propietario del grupo de lujo LVMH y el hombre más rico del planeta. La primogénita y única mujer entre los vástagos del magnate francés tiene 47 años y es, desde el pasado miércoles, la nueva consejera delegada de Dior.
El nombramiento la convierte en el descendiente de Arnault que ocupa la posición ejecutiva de mayor rango dentro del grupo. Además, es la única de sus hijos que forma parte del comité ejecutivo de LVHM y de su consejo de administración. Fue la primera mujer en entrar en este órgano de gobierno en la historia y, además, la persona más joven. Todo ello parece situar a Delphine en primera posición en la carrera por suceder a su padre, que no tiene intención de retirarse pese a sus 73 años, pero sí quiere proteger el legado familiar.
El diario Financial Times ya dice que los inversores la observan con escepticismo. Da igual que llegue con una sólida formación y con un amplio conocimiento tanto del grupo familiar como del negocio de la moda. Y que antes fuera la número 2 de Louis Vuitton.
Delphine, igual que Botín y Ortega, está en su derecho de querer ocupar el cargo y no se merece ser cuestionada al aterrizar. Las tres ya han demostrado que la meritocracia son ellas, no solo sus progenitores.
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