Lucropatía, demografía y ofidios

Xescu Prats

Xescu Prats

Decía Santiago Beruete, en una entrevista publicada en estas mismas páginas el jueves pasado, que Ibiza está quedando asolada por una epidemia de “lucropatía”, que incluso definió como un cáncer. El término no puede resultar más acertado. El filósofo, escritor, jardinero y profesor en el instituto de Santa Maria durante 25 años abogaba también por mantener una relación con el planeta “que no se base en el consumo desenfrenado, la rapiña y el expolio de los recursos, sino en el conocimiento, el cuidado y el respeto”, y apostillaba que “Ibiza es un modelo insostenible e insalubre”.

Un amigo, que no es filósofo, aunque en ocasiones podría parecerlo, me comentaba también estos días que se habla mucho de la “España vaciada”, pero en Ibiza padecemos justo el fenómeno contrario y nadie parece dispuesto a desarrollar planes serios para ponerle remedio. Es más, ya estamos en plena precampaña electoral, con las elecciones que se avecinan en mayo, y ha comenzado una guerra sucia que aleja el debate político de la cuestión más im-portante: el modelo turístico.

La realidad es que el crecimiento está desmadrado y son muchos los empresa-rios y profesionales del sector que celebran dicha expansión, en vez de abogar por la mesura y el autocontrol. Dada la insoportable sensación de agobio que padecemos los residentes durante el verano y la presión ambiental que genera esta marabunta, cada vez son más los ibicencos que expresan su oposición a la situación actual, pero nadie parece escucharlos.

En la isla abren nuevos negocios y desembarcan empresas foráneas empeñadas en exprimir el territorio hasta agotarlo por completo. Los propios ibicencos nos hemos dejado arrastrar por esta fiebre del oro, que a este paso únicamente dejará un erial a las nuevas generaciones. Cuando la isla deje de ser rentable o los turistas nos den la espalda, el capital forastero se marchará a otro lugar, pero a los ibicencos nos tocará reconstruir sobre las ruinas.

El modelo económico ibicenco, como decía Beruete, no solo hace a los ricos más ricos y a los pobres más pobres, sino que es claramente inviable. Una isla de nuestro tamaño no puede albergar 3 ó 4 millones de turistas cada año. Cuanto más crecemos, más gente se establece en la isla y más negocios y plazas turísticas, legales o ilegales, se generan. No hay tope ni nadie se plantea establecerlo.

Con esta situación acabará pasando como con la invasión de serpientes. Des-pués de años y años viendo cómo los ofidios se expandían por toda la isla, extinguiendo a la población de lagartijas, ahora el Govern por fin aprueba limitar la entrada de olivos, algarrobos y otros árboles ornamentales. Demasiado tarde. Aunque no llegara una culebra más, la falta de depredadores y la enorme cantidad que ya hay, nos obligan a soportarlas como parte de nuestros ecosistemas. Con el turismo parece que va a ocurrir lo mismo. No se van a tomar medidas contundentes hasta que ya sea tarde e Ibiza acabe consumida por su mala fama y su menguante calidad de vida.

En las sesiones preliminares del Concurso de Agrupaciones Carnavalescas de Cádiz hemos encontrado otro ejemplo de esa imagen terrible que arrastramos por el mundo. Para criticar una urbanización que se pretende erigir por aquellas latitudes, una de las chirigotas más populares ridiculizaba al promotor de la misma con las siguientes palabras: “Quiere parir una Ibiza a este costado del sur y convertirnos en puta, lo mismo que en Magaluf”.

La cultura e idiosincrasia de Ibiza se desangran a borbotones por las heridas que inflige la especulación desaforada. No solo estamos ante un problema de saturación, sino también de calidad. Llevamos muchos años confundiendo calidad con gasto turístico, un error de bulto que nadie trata de corregir. La tipología de establecimientos que van abriendo se vuelve mayoritaria y todos tienden hacia un lujo de petardeo y vacuidad.

Dichos establecimientos atraen a un perfil muy determinado de viajeros, gente con la cartera llena, pero sin el menor interés en la cultura, la forma de vida o incluso el paisaje y la naturaleza. Y mientras este turismo se expande, el de antaño, con el que podíamos vivir bien todos los ibicencos sin necesidad de abrasar nuestra geografía, se evapora. Negocios de toda la vida echan el cierre y son sustituidos por restaurantes, hoteles y comercios de cartón piedra, sin el menor vínculo con la isla. Sobre la cuestión de transformar las playas en discotecas ni siquiera hace falta insistir. Seguimos sin regulación a pesar de las promesas que en su momento se hicieron en este sentido.

¿Algún partido va a impulsar cambios al respecto? ¿Dejaremos que todo siga igual? ¿O esperaremos a que ya sea demasiado tarde, como ha ocurrido con las serpientes?

@xescuprats

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