A pie de isla

‘Neslitopis, la canción del norte’

Andrés Ferrer Taberner

Andrés Ferrer Taberner

De haber sido King Kong pitiuso de origen −o peninsular residente−, sin duda habría escogido establecerse en el norte de Ibiza. Acostumbrado a los grandes espacios naturales −y libres de injerencia humana− donde ejercitar su tabla diaria de trotes y acrobacias de peña en peña, ¿qué mejor lugar en la isla para este peludo niño grande todo músculo, tocado de suprema inocencia?

«Al norte, señorita Teschmacher, siempre hacia el norte», le repetía una y otra vez el villanísimo Lex Luthor (estupendo Gene Hackman en el papel de este genio del crimen) a su voluptuosa secretaria y amante, cuando marchaba en busca del helado y remoto santuario de Superman para acabar con él.

Pues un servidor igual, aunque en Ibiza. Pero no con ánimo perseguidor sino todo lo contrario. Al norte, siempre al norte, sí, pero huyendo de los seísmos del ruido y de excreciones varias del mal gusto fruto de la masificación turística. Y al igual que yo, King Kong, Bruno −mi buen vecino belga, harto tanto de Bruselas como de los excesos del sur ibicenco−, Nacho Cano, Tita −la propietaria del maravilloso estanco-bar de Sant Miquel−, y muchos otros que han buscado refugio en este pequeño septentrión insular que, dicho sea de paso, ejecuta el mejor ball pagès de toda la isla (vale la pena acercarse a Sant Miquel para verlo).

Este norte que lleva por nombre de pila el de sus pueblos: Sant Joan, Sant Miquel y Sant Vicent, entre otros. Y es que su geografía constituye por ley natural una pequeña isla dentro de la propia isla, en la que afloran todavía restos bien conservados del naufragio de aquella Ibiza sosegada de azules y de blancuras de cal virginal que tanto cautivó en el pasado a los primeros viajeros que arribaron a sus costas.

En estas montañas con peana de mar me compré un adosadito, y aquí me quedo. Sí, en el norte, aquí mateix al costat, a poca distancia del sur, lo que lleva a pensar que en las islas más bien pequeñas −como es el caso de Ibiza− los puntos cardinales carecen de escasa relevancia salvo en nuestras fantasías viajeras. Pero aunque pequeña, también tiene derecho a presumir de norte propio. Y si bien este no posee casquete polar ni cordilleras alpinas ni cualquier otra estampa grandiosa que se le supone a un gran norte de película, sí que presenta, en cambio, rasgos que lo hacen codiciable a los que buscan esa otra Ibiza que todavía ‘navega’ a paso de velero.

Decir norte de Ibiza ahora es invocar a la Ibiza toda de antes con sus cuatro puntos cardinales. En el norte no solo se sigue preservando la naturaleza sino que aún permanece en pie la «moderada escala ibicenca» de la que hablara Josep Pla en 1950. Para él, la vecina Santa Eulària −en el este de la isla− entonces aún cumplía ese baremo: «En Santa Eulalia», nos dice, «se vive en completa tranquilidad y todo allí, aun lo hecho contando con el turismo, está en la moderada escala ibicenca».

Aquí en el norte isleño todo es del agrado de los mansos de corazón, pues los bosques multiplican encantados sus semillas en el reguero de profundas umbrías que parecen bretonas; los bancales de almendros serían vistos por Don Quijote como alcázares que resisten el embate de discotecas y de otros malandrines playeros ebrios de decibelios (de hecho, están prohibidas ya las discotecas y los beach clubs en todo el municipio de Sant Joan); y, asimismo, se yerguen los más altos acantilados de la isla, en donde me parece ver en sueños −o con un chupito de más de licor de hierbas− al mismísimo King Kong tirarse de bomba, causándoles tsunamis justicieros a los party boats en verano. ¡Bienaventurado mono vengador!

La esencia de Ibiza, al menos la que a mi imaginario −o quizá real como luego explicaré− King Kong pitiuso y a mí nos seduce, resiste en el norte, un norte al que se le ha querido dar, hace nada, una suerte de himno musical −compuesto por Marta Hermida− que lleva por título ‘Neslitopis, la canción del Norte’. Estrenando con un vídeo presentado en Fitur y producido por Nacho Cano, a fin de promocionar el municipio de Sant Joan, en él se recrea la atmósfera calma que aún se respira en esa parte de la isla.

No es casualidad que Nacho Cano resida desde hace años en la costa norte, a pocos kilómetros de Sant Miquel. Prendado de su paisaje, el antiguo miembro de Mecano es el mejor embajador de ese norte privilegiado, tanto en el resto de la isla como en el mundo entero.

Por cierto, que fue frente a una de sus dos propiedades allí, yendo yo por primera vez de excursión a la cala de es Portitxol, donde sospeché que King Kong habitaba en verdad con nosotros en aquellas montañas y acantilados, habida cuenta de que el acceso a la parcela de Cano estaba guardado por un portalón oriental de madera, de proporciones colosales. Sin duda, a la escala de nuestro gran gorila de corazón pitiuso. Una enorme puerta −un símbolo− levantada no para impedirle el paso, sino para invitarle a pasar. A él y a todo aquel que busque disfrutar de esa extraordinaria porción de la isla sin desnaturalizarla en exceso.

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