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Ana Bernal Triviño

Vivir y que nos dejen vivir

Días atrás, mientras leía los mensajes de lamento sobre la muerte de Elena Huelva, recordaba cómo la mañana de Navidad supe que mi amiga Nale había muerto. Pensaban que era un ictus y, al final, fue un tumor cerebral no detectado a tiempo. Cualquier muerte, que además no encaja con eso que llamamos «ley de vida», es una noticia que te ancla los pies al suelo. No puedes evitar pensar que aquí nadie se queda, que quizá podrías haber sido tú y que aquí se está de paso. Lo incierto es el futuro, lo cierto es el presente.

Cuando te llegan noticias así, te pones en pausa. Y piensas para qué, a veces, tantas discusiones inútiles, de gente que no suma y donde se va un tiempo que no vuelve. Hay discusiones necesarias para ser más libre y avanzar, pero también muchos minutos que se van en asuntos absurdos que no aportan nada, salvo ruido y poca escucha.

La muerte a causa de cualquier enfermedad, a veces, es inevitable. Aunque no por ello menos dolorosa. Pero por eso me genera mucha indignación que cada año tengamos que soportar muertes por causas que sí son evitables. Muertes que se producen por falta de atención, merma de derechos, abandono social o por puro odio. Desde diagnósticos tardíos de enfermedades por recortes sanitarios, a asesinatos a la infancia, suicidios que se podrían prevenir o crímenes machistas, entre otros. Quizá falta más realismo para escuchar y buscar soluciones ante la vida tal y como es. Afrontar que la felicidad no está tanto en los libros de autoayuda como en unas buenas condiciones sociales que garanticen una buena salud física y mental para poder vivir sin angustias.

Decía Gloria Fuertes: «Empezamos a saber vivir un poco antes de morir». Y es cierto. El lunes volvimos a la rutina, pero muchas personas darían todo por volver a empezar. Por tener una nueva oportunidad. Saber vivir, decía Gloria. Pero a ver si puede ser verdad. Que el deseo es vivir, pero, también, que otros nos dejen vivir, sin ponernos piedras por el camino.

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