Opinión | Desde la Mola

L’ofici de cantar

Les confieso que no me ha tocado la lotería. Ni siquiera la pedrea. Por lo visto este año la lotería no entiende de trienios ni de antigüedad en el juego (que se lo pregunten al inmigrante que le ha tocado el segundo premio en su primera compra de un décimo. ¿Usted cuánto lleva jugando?). Pero eso no impidió que un jueves 22 de diciembre del 22 nos uniéramos a los quince mil que tenían entrada para la penúltima actuación de Joan Manuel Serrat en Barcelona. El panorama de la platea y el anfiteatro, incluso el gallinero era de mayoría ‘imserso’, aunque el resto tampoco podía negar que superaron la selectividad hace ya unos cuantos años. Recuerdo ese 1967 cuando en un guateque, de adolescentes con cierta picardía, alguien con voz savia (de la de con uve), anunció ‘ahora los lentos’ y sonó como un himno a la sexualidad incipiente ‘Ella ens deixa…’, canción de su primer disco. Cara B porque la A no dejaba de ser el canto a una guitarra que le acompañará hasta un final feliz de una carrera de casi sesenta años en ‘l’ofici de cantar’.

Salió al escenario vestido de oscuro con tonos a lo Antoni Miró (qué recuerdos) para desgranar un repertorio más cerca de lo reivindicativo, de su faceta de cantautor comprometido con la sociedad que le ha tocado vivir. Entre burgués con tintes de socialdemócrata o revolucionario de café y copa, como el mayo del 68 donde se negó a cantar en castellano. Canciones como ‘Cançó de bressol’, ‘Mi pueblo’ (ese por el que ni siquiera pasó la guerra) de los que marcaron los principios del porqué de la España vaciada, dedicada a su abuelo Manuel… ‘Pare’, buscando (hace 50 años) que nos concienciáramos sobre un cambio climático que estaba por venir. La ‘Nana de la cebolla’ de Miguel Hernández, hasta la apoteosis de un Machado que salió del olvido haciendo ‘Camino al andar’. Todo un tratado de política frente al apocalipsis que estamos viviendo en los últimos tiempos (hasta el propio Platón empieza a preguntarse por la cuestión).

Mientras un público de costumbres ‘sensillas i tendres’ esperaba canciones del repertorio de emoción y lágrima que lo encumbró después del silencio forzado por su rebelión lingüística frente a los ‘talibanes’ de un régimen que empezaba a trasnochar. Mediterráneo y alguna que otra licencia al sentimentalismo completaron un adiós que, aunque esperado, nos deja un vacío difícil de llenar. Una mano, la del ‘Nano’, entre cortinajes, es la última imagen de quien sí fue poeta en su tierra.

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