Opinión

Han de helarte el corazón

«La estrategia de la crispación busca extender la idea de que todo lo que hace el Ejecutivo

no solo es equivocado, sino un desastre que coloca al país al borde del precipicio»

Más allá de cuestiones como la precipitada e inoportuna reforma del delito de malversación, dirigida a beneficiar a un puñado de personas implicadas en el referendo del 1-O de 2017 y que ha provocado duros ataques al Gobierno, el grado de aspereza que ha alcanzado el debate político en España tiene poca justificación. Lo decía hace unos días el semanario británico The Economist, nada sospechoso de izquierdismo. Parece ingenuo defender esta opinión en medio del barrizal en que se ha convertido la discusión pública y de la triste percepción que tiene la ciudadanía de la situación. Pero a nadie se le escapa que la estrategia de la polarización/crispación va dirigida a eso, a extender la idea de que todo lo que hace el Ejecutivo no solo es equivocado, sino un desastre que coloca al país al borde mismo del precipicio. En lo económico, en lo social, en lo institucional. No hay más que escuchar a los portavoces de la oposición para pensar que todo el bienestar acumulado en los últimos 40 años está a punto de caer por el despeñadero por culpa de Pedro Sánchez, ese presidente aborrecido por la derecha española y jaleado, sin embargo, por la europea.

Es tal el nivel hiperbólico con que se expresan los dirigentes del PP y, por supuesto, los de Vox y Cs, y los medios de comunicación que los secundan, que es difícil distinguir qué hace bien el Gobierno y qué cosas son realmente criticables. Ese es el objetivo de tanta exageración y del empeño en denigrar toda acción gubernamental. De nada vale observar cómo la Unión Europea copia medidas adoptadas por el Ejecutivo español o alaba la gestión de Sánchez, porque el ruido interior lo tapa todo o atribuye los elogios a absurdos enamoramientos. De ahí que, atendiendo a lo que dicen los políticos y los medios, parezca que la mitad de los españoles vive en un país totalmente distinto al que habita la otra mitad. Y esa percepción de las dos Españas -¿todavía hoy han de helarte del corazón?- tensa también el debate social y lo hace, a veces, irrespirable.

Ahora, las derechas acusan a los de izquierdas de defender todo lo que hace el Gobierno, aunque sea una tropelía. No sería este el caso, pese a la polarización, porque la reforma de la malversación, por ejemplo, ha despertado la indignación no solo de los barones críticos del PSOE, también de las bases que alzaron a Sánchez al liderazgo y parece que de parte de su electorado, fuera de Catalunya, por supuesto. No hay, sin embargo, un ejemplo similar en las derechas. Ni una sola cosa que haya hecho Sánchez en estos cuatro años ha merecido su aprobación, ni la subida del salario mínimo, ni la reforma laboral, ni el ingreso mínimo vital, ni tampoco, obviamente, las medidas adoptadas para frenar el precio de la luz o para tasar los beneficios extraordinarios de las eléctricas. Con alguna excepción de Cs.

Ahora, esas derechas han dado en llamar a Sánchez dictador y tirano. Les ha venido al pelo el funesto golpe de Pedro Castillo en Perú para decir que el presidente del Gobierno español hace lo mismo. Ya antes lo había dicho Isabel Díaz Ayuso, al compararlo con el nicaragüense Daniel Ortega. Y hasta el nuevo líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, se ha sumado a las posiciones del al parecer más radical Pablo Casado, y pone en duda la legitimidad de Sánchez para plantear leyes, negociarlas y aprobarlas en el Parlamento. Sorprendente este empeño en calificar de autócrata al presidente que asienta su poder en tan solo 120 escaños y está obligado a pactar absolutamente todo con media docena de partidos.

Lo más llamativo, por cierto, es la reacción a la reforma de la ley para desbloquear la renovación del Tribunal Constitucional a la que el PP se niega, como se resiste a renovar el CGPJ. Dice Feijóo que su bloqueo es para proteger a la justicia del intento de Sánchez de controlarla. Es decir, el PP incumple la ley porque cree que cuando la derecha tiene la mayoría en esos órganos judiciales no controla la justicia, simplemente sigue lo que ellos parecen entender como una ley natural: la justicia debe ser de derechas y el Gobierno, también, lo contrario es una usurpación. Solo que esa supuesta usurpación responde, más que les pese, no a un designio divino sino al de los ciudadanos en las urnas.

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