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Samaj Moreno

tribuna

Samaj Moreno

Las enseñanzas de Don Antonio

El ruido de la puerta principal de mi casa me levantó de la cama sin haber podido conciliar mi siesta. Son las tres de la tarde, bajo al salón y veo que es Antonio, viene embutido en su abrigo de piel de lobo estepario y calza sombrero, como buen castizo que es, siempre se presenta bien acicalado y así me saluda con un -¿Qué tal bonito? nos damos un abrazo y un beso en la mejilla. Irvine Welsh hace acopio infinito del sentido de la puntualidad en su obra, quizás por eso me la he leído toda. Es algo que admiro, la puntualidad y Antonio se sirve de ella. Se sienta en el sofá, frente a la pequeña biblioteca de mi casa de Pou des Lleó, ese rincón le encanta y me lo recuerda siempre que puede.

Se enciende un Marlboro y me relata un recuerdo de Santander; navegando con unos amigos a bordo de una nave de pesca capturaron un atún, la sangría por la cubierta fue tal que dejó de comer pescado por un tiempo y por supuesto nunca más se unió a ninguna singladura similar.

Me gustaba escuchar al viejo lobo estepario pues cuando menos era ducho y dueño en su discurso. Proyectaba tal vehemencia con su enorme riqueza de recursos que era casi imposible no caer de cierta manera hipnotizado a sus relatos.

Habíamos quedado a las tres en punto para ir al Eroski juntos, le pido el Toyota Yaris a mi pareja y antes de que darme cuenta, Antonio, en el copiloto, ya ha encendido un Marlboro. Admito que sufrí un poco por no querer que fumara en el coche pues no es mío, pero me muerdo el labio dada la prerrogativa; además ya se estaba consumiendo. Él se queja al oír la alarma que le exige el cinturón de seguridad y califica al coche de ‘tirano’ y me río. Al abrocharse el cinturón el cigarro se le cae en el asiento haciendo una quemadura, Antonio en ese momento se maldice a sí mismo mientras apaga el pequeño incendio pero también se disculpa.

Por la carretera, según observa la ignominia que suscitan los edificios que patrullan los márgenes de la carretera de es Canar dice con cierto aire de injuria:

«Las enciclopedias actuales no dudan tampoco en llamar ‘artista más influyente del siglo’ a John Cage, autor de la celebrada pieza silenciosa 4’33’’, cuyo quid es grabar el ruido ambiente generado mientras media docena de instrumentistas permanecen ese tiempo como a punto de tocar, ofreciendo a quienes no se hubieran marchado el obsequio de volver a oír el barullo previo. Tomaduras de pelo como son los happenings de poetas, novelistas y músicos ‘experimentales’. Ignorantes de que los años 50 fueron el semillero para una burocracia cultural calcada de Müntzenberg, que eclosionará entronizando un arte dirigido y subvencionado -‘didáctico’- inapreciable si no lo explica un crítico en la materia. Y décadas después, la jerigonza que resulta, por ejemplo, de cultivar la escritura llamada de cut up y fold in por William Burroughs, cortando y pegando líneas escritas al tuntún, le convierte según el Times Book Review en acreedor al título de ‘máximo genio literario norteamericano’. También se equiparan en ‘importancia cultural’ el Juan Bautista de Leonardo y la foto retocada por Warhol de Elvis Presley». Y cosas así. Llegamos al Eroski y veo a Antonio envuelto en su abrigo de lobo estepario y sombrero calado que decide no ponerse la mascarilla, era 2020 y aún estábamos obligados a ponérnosla, pero para él bajo ningún concepto se pondría el ‘bozal’. Creo que por el respeto a la edad o por la naturalidad y seguridad de su decisión nadie, de todos los allí presentes, le advirtieron nada al respecto.

Compró queso curado, ibérico de bellota, atún Calvo, nunca marcas blancas rezaba mientras escogía también unos berberechos, por supuesto calamares en su tinta y yogurt griego Danone. Después del Eroski fuimos a un bar del pueblo a tomar una cerveza y ver a la gente sin alma que pierde la calma con la… nos servimos de esto y aquello y pusimos rumbo de vuelta a Pou des Lleó, a su Chalecito, como le gustaba presumir.

Por el camino casi atropello un erizo, paré el coche, dejé a Antonio escoltándolo con un Marlboro en mano y me dediqué a apartar al roedor del asfalto, me llamó la atención que era albino, el único que he visto de ese color.

Nos habíamos olvidado de comprar cervezas, así que paramos en el Spar para el que usábamos la metonimia ‘Las dos hermanas’ pues lo llevan dos hermanas, tampoco hay que ser demasiado advenedizos. Antonio fue a por el lote de Mahou 5 estrellas y yo le esperé en el parking y como sabía que charlaría un rato con María, una de las hermanas, salí del coche a tomar el aire. Cuando Antonio salió del Spar me sorprendió haciendo fotos a las flores de los almendros que rodean el parking y con asombro él también admiró el paisaje. Hacía una tarde fresca y no teníamos mejor plan así que decidimos ir a tomar y fumar pasando el chiringuito de Pou des Lleó a la izquierda, en unos pequeños acantilados con Tagomago en el horizonte, idílico. Pusimos música en el coche y para colmo apareció la luna llena. Nos servimos de la complicidad de ese tipo de momentos que brinda la vida. Confesamos batallas que aquí no se necesitan y ni se si se pueden nombrar. También me quiso explicar la práctica del onanismo ilustrado de su íntimo amigo y filósofo donostiarra, que tardaba siempre una eternidad en prepararse, nos reímos. Comentó que quería comprar un arma por si le daba algún tipo de parálisis o dolor insufrible ya que a su edad, casi 80 años se veía sujeto a esa probabilidad y un arma prometía ser una buena opción, que no se cumplió, menos mal. También me habló de las estanterías para libros que le había pedido a los gemelos que le pusieran en su Chalecito y que había pedido que le mandaran su escritorio, silla y ordenador de Madrid. Se había comprado también una pesa para ejercitar los brazos, pues la única de las maneras de mantener los músculos sanos era ejercitándolos, me advirtió. Todo indicios de optimismo que le llevaron a pensar y decir que aquellos no eran aún sus últimos días sino sus penúltimos.

Cuando la luna estaba tan elevada casi como nosotros le llevé a su morada, a pocos metros de la mía a decir verdad. Le ayudé a bajar las bolsas del Eroski, las Mahou 5 estrellas y me marché pues había varias personas esperándolo en la entrada de su chalet, fans suyos que venían todos los días a escucharle y le traían ofrendas, güisqui bueno, hachís o libros, un poco de todo para el maestro Escohotado.

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