«No aceptes caramelos de ningún hombre a la puerta del cole». Las madres de mi generación repetían sin cesar esa cantinela a sus hijos. El temor era que un hombre malo atrajese con esa artimaña a los niños para llevárselos y cometer con ellos atrocidades que entonces no se nombraban. La advertencia tenía sentido. Efectivamente, esos individuos existían y pululaban por las inmediaciones de parques y escuelas. Ahora, el hombre de los caramelos se ha mudado a Internet. Está cómodo en el ciberespacio, donde puede ejercer de voyeur con total impunidad y ofrecer a los niños y adolescentes otros ‘caramelos’: videojuegos, fotos, dinero, drogas... lo que sea para ganarse la confianza de jóvenes inmaduros y quedar con ellos para agredirles sexualmente. Hemos conocido esta semana un caso tremendo en Ibiza. Un hombre de 31 años que, con artimañas, consiguió atraer a algunos chicos a su vivienda y abusar sexualmente al menos de uno de ellos. Este tipejo ha sido detenido, pero hay muchos más depredadores en el anonimato de la red, esa misma en la que cazan a sus inocentes presas. Los jóvenes viven otra vida en Internet y sus padres desconocen prácticamente todo de esa otra existencia paralela de sus hijos. Hay que estar ojo avizor y repetirles machaconamente, como hacían nuestras madres: «No aceptes caramelos de ningún hombre en Internet».
