Diario de Ibiza

Diario de Ibiza

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Olga Merino

La sanidad, más allá de la conjura marxista

Isabel Díaz Ayuso es una mujer con suerte, que diría la tía Delia. La misma semana en que le montan en Madrid una manifestación multitudinaria en defensa de la sanidad pública —congregó a más de 200.000 personas, según la delegación del Gobierno—, Pedro Sánchez anuncia la derogación del delito de sedición (bien) y enseña la patita de unos retoques quirúrgicos en el de malversación (ay, qué miedo este último supuesto, qué escalofrío espinal). Tan intensito anda el patio que del pollo sanitario se ha pasado enseguida a otra cosa, sin echar demasiada cuenta de la artillería pesada, de lo que va soltando la presidenta de la comunidad madrileña, para quien no existe descontento alguno, sino lo de siempre: la conjura marxista. Pero no pretendíamos hablar del reino de Mordor. Hoy, no.

Las organizaciones de trabajadores sanitarios aseguran que en Madrid la cosa está que arde, pero aquí, en casa, el panorama tampoco parece boyante. Sin valor estadístico alguno: hace un par de semanas, en el CAP donde me visito había cuatro médicos de baja, profesionales derrengados, exhaustos por el goteo de atender de 30 a 40 pacientes diarios; en el mostrador de recepción iba macerándose un guirigay de voces y malentendidos. Por las mismas fechas, un familiar aguardaba el resultado de una prueba médica. Cuando esperas el resultado de una biopsia, vives sin vivir en ti, sin que la camiseta te llegue al cuerpo, a veces sin el consuelo de un careo presencial con el doctor: se lo dijeron por teléfono, mediante una llamada que anunciaron de manera aproximada. El miércoles, a eso de las seis, vale. No dan más de sí. No es queja, sino complicidad: ¿qué significaban aquellos aplausos desde balcones y azoteas durante el confinamiento?

Desde la crisis del ladrillo, se ha ido minando progresivamente la columna vertebral del Estado del bienestar, mediante progresivos recortes. Mientras estábamos a por uvas, Artur Mas aplicó a la sanidad catalana un rasurado que ni la cuchilla Gillette Contour Plus —la que usaba mi marido, cerrado de barba—, hasta que al final el eslabón más débil, la atención primaria, está que revienta por las costuras. Catalunya se encuentra a la cola de gasto sanitario por habitante (1.390 euros), solo un peldaño por encima de Madrid (1.295 euros). Los profesionales se largan a otros países donde les pagan mejor. En una encuesta entre el personal sanitario realizada en 2019, antes del torpedo del coronavirus, el 55,7% de los médicos decían sentirse «emocionalmente cansados» (no quiero imaginar cómo se encuentran ahora). El problema, pues, no se circunscribe a ‘chez’ Ayuso.

Compartir el artículo

stats