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Prats, Xescu

Los villanos de James Bond

Cada vez que veo por televisión al multimillonario Elon Musk, nuevo propietario de la red social Twitter tras pagar la friolera de 44.000 millones de dólares, me acuerdo de los villanos de James Bond. Esos seres abyectos e intrínsecamente malvados, que construían estaciones de lanzamiento de cohetes y bases submarinas en islas recónditas para provocar hecatombes nucleares y que, literalmente, arrojaban a los empleados ineficaces y a los enemigos al foso de los tiburones.

Ver cómo una red social que, pese a sus importantes defectos, constituye una plata-forma global de debate, cae en manos de un personaje que la considera su nuevo ju-guete, produce sarpullidos y reafirma el pensamiento de que en el mundo de hoy se eleva a los altares a todo fantoche que alza la voz, cuando antes se ahogaban en el mar de la indiferencia.

Un ejemplo. La comunidad internacional se ha pasado décadas tratando a Putin como a un líder respetable, pese a ser un dictador, manipulador y asesino, que envenena a sus opositores ante las narices del resto del mundo. Ahora que ha invadido un país soberano a las puertas de la Comunidad Europea, todos le describen como pérfido y malvado. No tanto por arrasar una nación y bombardear y torturar a miles de civiles, sino por arruinar nuestra economía y estado del bienestar, disparando la inflación hasta niveles insólitos en este siglo.

Si presentas a un energúmeno, chulo y maleducado a unas elecciones presidenciales, muy probablemente acabe ganándolas. Y si sometes a referéndum una idea estúpida y contraproducente para el interés general, promovida con argumentos viscerales, probablemente obtenga un triunfo clamoroso. En Estados Unidos elevaron a un rufián prepotente y mentiroso a presidente, con tal mal perder que acabó provocando un asalto de gañanes al Capitolio y, pese a perpetrar un atentado tan flagrante contra la democracia, dejarán que se presente de nuevo si se le antoja. Y si finalmente así ocurre, probablemente vuelva a ganar.

Ya para colmo, quedan pocos días para que comience el mundial de fútbol en Qatar, un país donde no existe la libertad de expresión, las mujeres viven supeditadas a la tutela de los varones y los homosexuales son sistemáticamente encarcelados. Los es-tados supuestamente democráticos que gobiernan el mundo, en lugar de rechazar drásticamente esta represión y combatirla de manera efectiva, la bendicen con el es-pectáculo futbolístico, a cambio de vender unos cuantos aviones de combate o benefi-ciarse de cualquier otro enjuague millonario. Ninguna selección perteneciente a un país civilizado debería acudir a la cita y las alimañas de la Federación Internacional de Fútbol tendrían que dimitir en bloque.

Elon Musk ganó su primera fortuna (22 millones de dólares), tras vender su primera empresa tecnológica. Se llamaba Zip2 y era un directorio de compañías en Internet, a modo de páginas amarillas. Lo primero que hizo al recibir el cheque fue comprarse un McLaren de fórmula 1 por un millón de dólares y estamparse con él en una curva. Luego cofundó PayPal, de cuyas acciones también se deshizo, y después llegaron los proyectos que le llevaron a ser declarado el hombre más rico del mundo: Tesla, la marca de coches alimentados con baterías de iones de litio, y Space X, la compañía aeroespacial con la que pretendía colonizar Marte. Pese a una idea tan disparatada, acabó alcanzando un contrato con la NASA por valor de 1.600 millones de dólares y desde entonces no ha parado de crecer.

El nuevo divertimento del caprichoso Musk ahora es Twitter, donde ha entrado como elefante en cacharrería. Accedió a su sede portando un lavabo, algo que muchos interpretaron como un símbolo de la operación de limpieza que pretende hacer en la tecnológica. Esperemos que en esta ocasión no la estampe en la primera curva y los rumores de quiebra, alimentados por él mismo, no se confirmen. De momento, ha dado la patada a toda la junta directiva y echado a la mitad de los empleados (3.700 personas), sin haber tenido tiempo de valorar sus capacidades. Al parecer, a muchos de los despedidos con un frío email tras dejarse la piel para convertir esta red social en un asombroso fenómeno global, han tratado después de recuperarlos, al darse cuenta de que habían arrojado por el sumidero a buena parte del talento de la compañía. Twitter, además, pasará a ser de pago y es muy probable que ya no se impida a los fanáticos viralizar todas las majaderías que se les ocurran, aunque acaben provocando un golpe de estado.

En Ibiza, salvando las distancias, también tenemos algún que otro Elon Musk. Versiones a pequeña escala, pero igual de chulescas. En este presente tan extraño, el poder recae demasiadas veces en descerebrados. En tiempos convulsos, los líderes deberían ser elegidos en base a valores como la prudencia, la inteligencia, la honestidad y la empatía.

@xescuprats

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