Diario de Ibiza

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José María de Loma

Días cortos

No me acostumbro al horario de invierno. Bueno, sí me acostumbro, pero queda más literario decir que no y despotricar de la oscuridad y tal. Con lo fácil que es combatir la oscuridad con el optimismo. Y las farolas. El caso es quejarse. Se nos hacía muy largo el verano y ahora es el otoño con sus días cortos el que nos pesa y aplasta y nos pone pensativos y melancólicos.

-Oiga, hable por usted.

El otoño nos trae hojas coloridas que se han divorciado de los árboles, setas, alcachofas, recogimiento, al fin algunas lluvias y ganas de poesía. Incluso asonante. El poeta que está de vuelta de todo hace rimas asonantes y el que está empezando tiene asomantes las rimas, o sea, que se van asomando a lo que podría ser un libro o poemario.

El horario de invierno es paradójicamente de otoño y es en invierno cuando los días comienzan a ser un poco más largos. Hay quien no tiene variación en sus días, enseñoreados de rutina y hay quien no sabe dónde va a dormir mañana. Preferimos el término medio, que no es donde está la virtud, ni la rutina eterna ni la alteración perpetua, pero sí tal vez el confort de un hogar, el placer de una copa de vino y el siempre alegre momento de dejar una serie en el primer capítulo porque es más de lo mismo.

Muchos ven en el otoño el fin de un ciclo y otros el comenzar. Por eso hay oculistas. No todos vemos lo mismo. Redacta uno la columna en hora fronteriza, contemplando la luz ya indecisa, dimisionaria, decadente y final de una jornada sobre la que cae la noche a media tarde. Viandantes con bolsas o preocupaciones vuelven a casa, perros que dan la enésima vuelta a la manzana, dependientes bostezantes en las puertas de sus comercios, un hombre que fuma en el balcón, la radio a gran volumen de un coche que deja escuchar a cualquier caminante un boletín de noticias. Hay un niño que merienda por la calle y otro que da la mano a su madre. Destinos que se cruzan, miradas que se entrelazan. Alguien tal vez en una casa de la zona aguarda a ese niño y a esa mujer dando vueltas con la cucharilla a un café a destiempo que le robará el sueño pero le librará de pesadillas. Dentro de una hora todo este paisaje urbano habrá cambiado. Otros coches, otros paseantes, dependientes que echan el cierre, el papel en el suelo del donut que se come ahora el niño. Detrás de cada ventana una vida, un proyecto, una luz que se enciende o un ordenador de un teletrabajante que se apaga hasta mañana. Vagos planes sobre unos macarranes con tomate. La cervecería de abajo llena. Oficinistas. La copa de después. De un día cualquiera. Corto de luz.

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