El infierno puede tener aspecto de paraíso. Aguas cristalinas. Un cielo azul cian cuajado de algodonosas nubes. Temperatura amable. Alimentos sabrosos. Gente amable. Paisajes que te dejan sin aliento. Vida cultural. Diversión extrema. La más absoluta calma. Las puestas de sol más fotografiadas del planeta. Mil y un estímulos. Silencio con el que recomponerse. Ibiza es un paraíso. El paraíso de muchas personas. De muchas personas muy diferentes. Esta isla es el edén del hedonista. El nirvana del zen. El shangri-la del fiestero. El elíseo del foodie. El cielo de quienes buscan sol y mar. La gloria del pecador. Ibiza es el paraíso, es lo que llevamos décadas vendiendo. Un paraíso para los que vienen unos días. Para millonarios. La isla se ha convertido en un infierno para quienes intentan subsistir aquí todo el año. La lista de la compra es una sangría para la cuenta corriente y encontrar una vivienda es una tortura que consume el salario y la energía de decenas de miles de ciudadanos. Y la dignidad. Ibiza, la isla del pecado, ha cambiado la lujuria por la avaricia más descarnada. La de quienes chupan la sangre a trabajadores. La de quienes piden cantidades astronómicas por un alquiler. La de quienes realquilan habitaciones a precio de palacio. La de quienes se forran con el alquiler turístico. Los que convierten el paraíso en un infierno.
