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Carmen Lumbierres

Mientras Liz Truss se va, yo tengo juicio

Cuando lean esta columna con un cariz cada vez más autobiográfico, estaré en el juzgado disolviendo las capitulaciones matrimoniales que una vez firmé, repasando los años de convivencia, la familia que éramos y la que resultará. Dos años de una evaluación, de exponer tu intimidad a tantas personas que intervienen en el proceso que es difícil pensar que alguna vez volveré a tener un secreto por pequeño que sea o por piadoso. Dos años en los que el primer pensamiento, el primer comentario iba siempre dirigido a este asunto, dos años en los que se pone a prueba la paciencia de amigos y conocidos que te ven como al protagonista de la comedia argentina que mejor explica en los seres insoportables en que nos convertimos, No sos vos, soy yo.

Y mientras tanto Rusia decide cambiar el orden internacional, la extrema derecha ruge en Italia, Francia y Suecia que ya no son nuestra Polonia, ni Hungría, hablamos de gaseoductos, del MidCat, de la urgencia climática y de lo único que tengo ganas es de opinar es sobre el derrumbe de mi mundo, y debemos ser legión como en todas las cosas de la vida. Aquellos que están más pendientes de sus ciclos de quimio que de cómo le va a ir a Rishi Sunak como primer ministro británico, de cómo acabar la jornada laboral más la doméstica con fuerza y las fotos del Esquire de Alberto Núñez Feijóo te pillan de lejos y te importan realmente poco. Y lo más crudo, los que tienen que ver de dónde sacan para pagar el alquiler, la luz, la gasolina, para acudir a esos templos gourmet en que se han convertido los supermercados ni que sea por el precio, un mes y otro, mientras fingimos que eso es normal, que la vida basada en la supervivencia debe ser la nueva clase trabajadora, aunque pareciera por sus condiciones que hablamos más del lumpen proletariado de principios del XX.

No es que esté abogando por la falta de información, ya sería pegarme directamente un tiro en el pie, pero sí señalar que hay una disonancia que se me antoja cada vez más ancha entre de lo que hablan o hablamos unos pocos y el atropello de la vida que te lleva a lo más doméstico así en Brasil se estén jugando la democracia entre Bolsonaro y Lula. Por eso nos entran bien los informativos picaditos llenos de breves y con la mayor parte del contenido dedicado a sucesos, que te hacen sentir que tu vida no es tan complicada, que siempre hay gente que está peor. Mientras crece la desigualdad por un sistema económico que no funciona como el del Reino Unido, y la élite acaba perdiendo el contacto con la realidad, y Liz Truss una mujer de orden se convierte en persona de desorden. Ojalá en lo personal nos vaya bien a las dos.

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