Diario de Ibiza

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Agnès Marquès

Controla, máquina

Un pueblo cerca de Tokio, 2014. El hambre aprieta y a la vista solo hay una máquina expendedora de comida en medio de la calle. En cada botón rectangular había insertado un papel con una palabra en japonés, indescifrable. Las fotografías que las acompañaban prometían sopas de fideos de apariencia demasiado similar, así que metí las monedas y escogí una opción al azar. La sorpresa fue que en menos de lo que tarda una máquina de café, la boquilla inferior expendió un bol de sopa de fideos sorprendentemente suculento. Al punto y a la temperatura ideal. Me quedé con las ganas de darle las gracias a alguien. Parecía evidente que detrás de aquella máquina tenía que haber un cocinero, pero entre la máquina y la pared solo había polvo. El fin del trabajo, pensé, como vaticinaba hace más de 25 años Jeremy Rifkin. No he leído nada más sobre sus investigaciones al respecto del impacto de las tecnologías en el mercado laboral, pero supongo que las ha ido actualizando a medida que han pasado los años, y no sé qué pensará de la realidad que hemos conocido esta semana en el ‘Planta Baixa’ de TV-3: los controladores de contenidos de redes sociales como Tik Tok o Instagram, los equivalentes al cocinero japonés que yo había imaginado detrás de la máquina de sopas. Contratados por empresas herméticas que aplican condiciones laborales más indicadas para máquinas que para personas, pasan toda la jornada laboral enfrente del ordenador, recibiendo miles de impactos de fotos y vídeos que cuelgan en la red los usuarios de estas plataformas. Su misión es detectar el contenido inapropiado, etiquetarlo, bloquearlo y, si es necesario, incluso llamar a la policía, y no pueden dejar su silla vacía sin previo aviso. Los turnos laborales son rigurosos, una suerte de sillas calientes: antes de que uno acabe su turno, quien le releva ya tiene que estar esperando de pie detrás de la silla.

Entre los miles de impactos diarios para estos trabajadores, explican que se encuentran de todo lo que podamos imaginar si nos ponemos en plan turbio: agresiones, abusos, maltrato animal, intentos de suicidio, suicidios que por algún motivo algunos sienten la necesidad de compartir. No solo de hacer, sino de compartir. Lo que no sabíamos es que los responsables de evitar que todo eso lo vean millones de personas son personas tratadas como máquinas, que relatan episodios de ansiedad, depresiones y estrés postraumatico, que firman un contrato exigente en condiciones y laxo en acompañamiento psicológico.

A pesar de las máquinas y la tecnología, hay trabajo. Pero qué trabajo. Controla, máquina.

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