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Jesús Jiménez

Tribuna

Jesús Jiménez

Acoso escolar: no ponerse de perfil

Qué puede llevar a una persona a intentar suicidarse? ¿Y si esa persona es una niña o un niño? ¿Qué responsabilidad tiene el entorno que le rodea? ¿Y el sistema educativo en su conjunto? Muchas preguntas. Y difíciles respuestas.

Las niñas y niños son felices. En su inmensa mayoría. Asombra ver en los medios la sonrisa diáfana de una pequeña en la puerta de su cabaña africana y a chavales jugando con una pelota de trapo en una cancha latinoamericana. Como entristece (y mucho) escuchar el llanto quedo de bebés desnutridos en brazos de sus madres en una enfermería del cuarto mundo y a niños rodeados de gomas y máquinas en la cama de un hospital del primer mundo. Pero las niñas y los niños son felices. O tenemos que hacer todo lo posible para que lo sean.

Algunos no lo son. Aunque vivan en una sociedad que tiene de casi todo. Aunque se conformen con muy poco. No hace falta más que ver lo contentos que iniciaron el curso, especialmente aquellos para los que el colegio es su vida. Pero posiblemente debajo de esa capa de felicidad se esconda, en algunos casos, otra de angustia callada que no sale a la luz. Salvo cuando la presión explota la caldera interior. Como sucedió hace bien poco con una niña que intentó suicidarse. Un caso que ha llenado páginas de la prensa escrita y horas de radios y televisiones. Primeras preguntas. ¿Es adecuado airear tanto un intento de suicidio infantil, haciendo público incluso el nombre de la niña y del colegio al que asistía? ¿Está bien definida para algunas empresas mediáticas la línea entre informar (verazmente) de un suceso y hacer espectáculo del mismo?

Porque, al parecer, la causa principal (o una de las principales) era el acoso escolar que sufría por parte de sus compañeros. Tal vez fuera así. Y aquí vienen varias preguntas encadenadas. ¿No existen protocolos para prevenir el acoso en los centros educativos? ¿No se activan con suficiente esmero y diligencia para que sean efectivos? ¿No se echa mano del reglamento de régimen interior cuando se producen conflictos? ¿No se «vigila» con celo y atención lo que sucede en el patio de recreo? ¿No se trabaja como equipo docente para detectar a tiempo las filias y fobias que irrumpen en la convivencia escolar? ¿No se dispone de profesorado especializado para ayudar a resolver los problemas? ¿No se mantiene una estrecha relación con las familias?

Desde luego, no se puede ni se debe culpabilizar a un centro educativo en un caso de intento de suicidio infantil. Ni mucho menos estigmatizarlo por un hecho puntual. Sería muy injusto. Pero eso no quita para que haya que hacer una profunda reflexión. A todos los niveles.

Primero, por los profesores. No vendría mal preguntarse si con una enseñanza más personalizada se atendería mejor a todo el alumnado, detectando antes sus necesidades. Si con un trabajo en equipo podría ponerse freno a las conductas disruptivas que aparecen de vez en cuando en determinadas clases.

Segundo, por los propios centros educativos. No vendría mal preguntarse, desde la dirección y desde los órganos colegiados, si los planes de convivencia y atención a la diversidad se aplican, de verdad, por todos los miembros de la comunidad educativa. Si en la programación y organización del centro se tiene en cuenta la idoneidad de cada docente, y no solo sus derechos por antigüedad, a la hora de proceder a su adscripción a tutorías, especialmente en los grupos con mayor complejidad.

Tercero, por las administraciones, especialmente las educativas. No vendría mal preguntarse si se dedican suficientes recursos, sobre todo de profesorado de apoyo especializado, a los centros con mayores necesidades. Si cuando suena la alarma se toman decisiones rápidas, y con la comunidad educativa, en vez de burocratizar el expediente.

Cuarto, por las familias. No vendría mal preguntarse si se está pendiente de la vida y de las relaciones y amistades de sus hijos e hijas, tanto dentro como fuera de la escuela. Si tienen contacto fluido con el tutor del centro e intercambian tranquilamente opiniones sobre actitudes y comportamiento con los demás.

Y quinto, por la sociedad en general. No vendría mal preguntarse si lo que realmente se valora socialmente son los resultados académicos, traducidos en notas, y no la educación integral de la persona, fomentando directa o indirectamente la competitividad desde los niveles primarios de enseñanza. Si se dedica la suficiente atención a educación, valorando lo mucho y bien que se trabaja en el día a día de la mayoría de las aulas.

Un caso de intento de suicidio es la punta del iceberg de que «algo» peligroso está sucediendo dentro y fuera de la escuela. El acoso y el ciberacoso están ahí. Como los trastornos mentales, acrecentados significativamente desde la pandemia. Habrá que asumir responsabilidades si algo ha fallado. Tomárselo en serio. Desde todos los frentes. Que cada cual aguante su vela. O su angustia. Pero que se trabaje de manera coordinada para prevenir, en lo posible, situaciones no deseadas y actuar de inmediato. Porque los problemas no se solucionan con un cambio de colegio. Pudiera servir en algún caso puntual, pero no como regla general.

Jesús Jiménez | Doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación    

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