Diario de Ibiza

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Martínez-Fortún

Fe, política y buen gusto

La flamante vencedora de las elecciones italianas no tiene nada que ver con la Democracia Cristiana, partido de centro, poderosísimo en su tiempo y desaparecido en los 90, pero se autoproclama ¡cristiana! a gritos intentando sacar rédito de su fe y utilizándola en modo confrontación con jubilosa agresividad. Opino que ser cristiano por la gracia de Dios es una elección personal y tener fe una suerte que no debería entenderse como un plus en política. Siempre he pensado que los crucifijos deben llevarse pequeños y por dentro. Y entiendo mal que precisamente las formaciones políticas que alardean de su cristianismo actúen de un modo tan poco caritativo con los colectivos de inmigrantes, gentes en general vulnerables y necesitadas más que otras de caridad.

Una sabe poco de la señora Meloni, más allá de que en su temprana juventud perteneció a un partido posfascista y que luego fue ministra de Berlusconi. No quiere ver una tragedia en su victoria y prefiere pensar que moderará sus impulsos populistas, condicionada como está por Bruselas para recibir los fondos de recuperación pendientes. Piensa además que para gustos se hicieron los colores y más que nunca en estos tiempos cambiantes resulta imposible establecer lo que es el buen gusto. Sin embargo está más claro lo que es la buena educación. Así, le gusta poco su pelo teñido y le gusta mucho lo bien que habla español. Le horroriza, sobre todo, que enseñe unos melones a la altura de su pecho como bromita para postularse a la presidencia pues lo encuentra de malísimo gusto y peor educación.

Se entienden en fin estos excesos en formaciones populistas que han hecho de ellos su seña de identidad, y más en época de elecciones, pero ni en España ni en Extremadura estamos de momento en época electoral. Sin embargo hay líderes socialistas muy nerviosos que han entrado en modo pánico y se comportan como nunca lo habían hecho. Díganme, si no, qué hace el siempre moderado y educado Vara mandando a meterse por el culo los desprecios a su comunidad. ¡Qué mal gusto y qué poca educación!

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